La lucha contra la corrupción le ha costado más de un problema al ilustre jurista peruano José Ugaz. No es fácil oponer a los poderes políticos y económicos.
Es posible decir que hay una globalización de la corrupción. Este problema es tan antiguo que ya existía en las antiguas civilizaciones.
La corrupción es un cáncer para el Estado de derecho y el desarrollo.
Las razones de preocupación a propósito de la corrupción en la UE no han hecho sino crecer a lo largo de estos años.
Puede parecer, a distancia, que Euskadi es una especie de idílico oasis en el árido paisaje de corrupción que nos rodea.
La corrupción no es sólo una cuestión ética que se pueda perdonar a través de las urnas.
España cuenta con un marco legal sólido para combatir las sociedades opacas, según el reciente Informe de Transparencia Internacional.
El impacto de la corrupción en la economía no está medida con rigor y es incluso objeto de diferentes interpretaciones.
Los ciudadanos de todos los países del mundo están protestando contra los gobiernos considerados corruptos.
El ejercicio público, cuasi catártico, del derecho a la indignación de la ciudadanía por los numerosos casos de corrupción de políticos y afines resulta ya una constante periódica.
Las contrataciones y concursos públicos establecieron un espacio privilegiado de compromiso entre el poder político y los poderes económicos.
El master de Cifuentes, las recalificaciones urbanísticas abusivas, la Gürtel, las tarjetas black… La lista de escándalos es larga.
La corrupción es una amarga y lamentable realidad que ha caracterizado, en determinados momentos más que en otros, la vida del ser humano, individual y colectiva.
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