
Salvador Faus Verdú. Periodista
Quebrada en lo económico y desvertebrada en lo político, esta comunidad-país-región-reino -ni siquiera en la denominación del territorio hay unanimidad, formalismos legales al margen- está aún por cohesionar y por encontrar un liderazgo capaz de darle consistencia a un proyecto común. Mientras, el estereotipo dibuja a los castellonenses envidiando a sus vecinos del norte, a los alicantinos con ensoñaciones madrileñas y a los valencianos... mirándose el ombligo y ofrendando nuevas glorias a España.
Tres décadas después de la aprobación del Estatutd'Autonomia, el País Valencià sufre aún el drama de carecer de una visión conjunta de su territorio. Posiblemente porque la mayoría de quienes han ejercido el poder político, económico y social haya pensado que la vertebración del espacio común era cosa de un grupo de radicales o de los laboratorios de ideas de las universidades.
Una capitalidad cuestionada
Sin un territorio políticamente vertebrado, difícilmente puede haber una capitalidad asentada. Primero con los socialistas en la alcaldía y después con los "populares", Valencia se ha convertido en una urbe moderna pero, a diferencia de Barcelona, Sevilla o Zaragoza en sus respectivos territorios, la ciudad del Turia no está suficientemente identificada como la capital autonómica, principalmente por los poderes económicos, y es vista aún con recelo a partir de los límites provinciales tanto del norte como por el sur.
Si parte de la responsabilidad de esa desvertebración hay que achacársela a sus dirigentes, en la identidad de los valencianos encontraremos posiblemente más de una respuesta. Las claves ya las dieron hace dos décadas los sociólogos AngelAriño y Manuel García Ferrando, quienes constataron que la identidad regional de la Comunidad Valenciana era la más baja de todos los nacionalismos históricos, tan baja que queda por debajo de la media española. Una realidad que veinte años después ha cambiado, pero a peor.