martes, 19 de marzo de 2024
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< ver número completo: EE.UU.-China, la guerra fría del siglo XXI
Albert Puig-Gómez

Lo que está realmente en juego en la guerra comercial chino-estadounidense

Profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya y

Desde el inicio de la gran recesión se ha producido una desaceleración importante del crecimiento del comercio internacional. Pero si bien la desaceleración hasta 2016 se atribuye habitualmente a la débil actividad económica derivada de la caída de la inversión vinculada a la propia crisis, la brusca ralentización del comercio del último año -pasando de un crecimiento del 5,5 por ciento en 2017 al 2,1 por ciento en 2018- parece más consecuencia de la guerra comercial entre los EE.UU. y China, la cual amenaza con ser el detonante de una nueva recesión global.


Yuan moneda china


A lo largo de la historia las guerras comerciales han sido frecuentes. Una de las más destacadas fue la originada por la "Tarifa Smoot-Hawley", la cual tenía como objetivo proteger la producción de los Estados Unidos tras el estallido de la crisis de 1929. Canadá, Gran Bretaña y Francia reaccionaron rápidamente estableciendo aranceles en contra de diversos productos estadounidenses.


Una más reciente fue la llamada "Guerra del Plátano", conflicto que se inició en 1993, con el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) ya en funcionamiento y a dos años vista de la puesta en marcha de la Organización Mundial del Comercio (OMC), se produjo debido a que la Unión Europea introdujo aranceles en contra de las importaciones de plátano. Esta medida perjudicó a ciertos países latinoamericanos y a Estados Unidos y favoreció a los países ex colonias europeas de África. 


En 2009, las partes anunciaron la firma del Acuerdo de Ginebra sobre Comercio del Banano, el cual estableció que la Unión Europea debía reducir de manera gradual sus aranceles sobre este producto.


La actual guerra comercial entre Estados Unidos y China se inicia en marzo de 2018, cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y después de amenazar en diversas ocasiones, anuncia la intención de imponer aranceles del 25% a la importación de acero y del 10% a la de aluminio. Pero al eximir posteriormente de la aplicación de los mismos a Canadá y México (los otros dos miembros del Tratado de Libre Comercio de América del Norte), así como a Argentina, Australia, Brasil y Unión Europea, la medida delata que el país sobre el que se dirige la misma es China, uno de los principales países productores de estos metales a nivel mundial.


Hasta hace algunas décadas EE.UU. era el principal productor de ambos insumos industriales, pero el crecimiento de otros países, especialmente China, lo han ido desplazando de esa posición. 


En el momento actual, y con datos extraídos de la base Statista, China tiene más del 50% de la producción mundial de ambos productos, mientras EE.UU. ha descendido al 4º lugar en acero (precedido por Japón e India), con un 4,9 % de la producción mundial, y al noveno en aluminio (precedido por Rusia, Canadá e India, entre otros) con un exiguo 1,5 % del global mundial.


El argumento esgrimido por el presidente norteamericano para justificar estas medidas, es que Estados Unidos corre peligros que afectan a su “seguridad nacional”. Pero si bien es cierto que la OMC permite en su artículo XXI la toma de medidas por ese motivo, lo limita a situaciones realmente excepcionales, lo cual es de dudoso encaje con la situación actual de los Estados Unidos. Y además, el uso de este argumento coloca a esta situación en una situación muy comprometida puesto que si admite la justificación de seguridad nacional y autoriza los aranceles, otros países lo podría utilizar para cerrar sus mercados con el riesgo de entrar en una espiral proteccionista pareció al de los años 30 pero si no la autoriza, Estados Unidos puede decidir abandonar la organización, lo que plantea la pregunta de si el orden comercial basado en la OMC no quedaría herido de muerte al abandonarlo el país no sólo que lo creó sino que lo lideró durante décadas. Es difícil pronosticar que decidirá la OMC al respecto pero no lo es tanto pensar que con Trump en la Casa Blanca, será difícil que EE.UU. acepte una decisión de la OMC contraria a su voluntad puesto que el presidente ha manifestado en diferentes ocasiones que no reconoce ninguna jurisdicción por encima de la nacional.


Pero el problema comercial de Estados Unidos con China no se reduce solamente a estas dos commodities; el problema es que su déficit comercial ha ido incrementándose de forma incesante hasta significar actualmente un 66% del déficit comercial total de EE.UU.


Siguiendo pues con su estrategia, pocos días después, Trump anunció nuevas medidas en contra de lo que denomina “la agresión económica de China”, e indicó que Estados Unidos impondría nuevos aranceles a productos de procedencia China aduciendo que este país no cumple con el reconocimiento de la propiedad intelectual, copia desarrollos tecnológicos norteamericanos sin el pago de royalties, lo cual genera millonarias pérdidas a las empresas estadounidenses. Estas disputas se suman al argumento que el yuan está artificialmente devaluado para beneficiar sus exportaciones.


En represalia a las medidas de Trump, el 23 de marzo del mismo 2018, el gobierno de la República Popular China anunció la imposición de unos aranceles del 15% a 128 productos estadounidenses, entre los que se encuentran la fruta fresca, el vino y la carne de cerdo y del 25% a los aviones, automóviles y la soja, el principal producto agrícola de exportación de Estados Unidos a China.


A partir de ese momento se han sucedido anuncios por parte de ambos países acerca de la imposición de nuevas medidas comerciales y se han cruzado diversas denuncias frente a la OMC. El resultado, sin embargo, de esas medidas proteccionistas, en el primer año de guerra comercial -2018- fue que el déficit comercial de Estados Unidos con China se incrementó un 11%. Y es que, aunque el déficit se pueda reducir en los próximos años, lo cual depende de muchos factores, los efectos comerciales y económicos de este tipo de medidas son notablemente inciertos puesto que también genera ciertos costes para los consumidores y las empresas norteamericanas.


En el fondo de este conflicto, que amenaza con prolongarse en el tiempo, se encuentra el intento de los EE.UU. de mantener su superioridad y hegemonía tecnológica frente al rápido ascenso como competidor de China. 


La guerra comercial es pues, una pugna entre un liderazgo en decadencia y otro en ascenso.

La primera revolución industrial supuso el ascenso de unos países y la decadencia de otros. Entre ellos China, que a principios del siglo XVIII, y con datos de la OCDE, generaba el 22,3% del producto Mundial (India el 24%, los países de la actual UE el 22,9% y los EE.UU. el 1,8%) mientras que a finales de la década de los setenta del siglo XX aportaba sólo el 5% (India el 3,4%). Esta situación ha cambiado drásticamente desde entonces. En este caso con datos del FMI y en paridad del poder de compra, China ha pasado a ser la primera potencia mundial, aportando el 18,2% del producto global, seguido por EE.UU. (15,3%) y la UE (16,5%). 


De proseguir esta evolución, a mediados de siglo XXI China supondrá el 25,3% del PIB mundial, la India llegará al 18,5%, EE.UU. se quedaría en el 14,7% y la UE en el 10%, con España en el 1,1%.


En los tránsitos de hegemonías, las cuestiones comerciales siempre han generado tensiones Sin poder entrar en detalle en las características del ascenso de China por cuestiones de espacio, a lo largo de las últimas décadas este país ha ido superando su atraso relativo respecto a los países centrales y avanzando tanto a competidores americanos como europeos. Y aunque el cambio de hegemonía no será inmediato –el dominio del dólar sigue siendo fuerte-, es en este tránsito en que hay que interpretar los movimientos de Trump. No se trata sólo salidas de tono de un cowboy, aunque el tono bélico que usa en sus mensajes tuiteros atenta contra todas las normas de la diplomacia internacional, sino que son un intento de demorar el acelerado desarrollo chino en el campo científico y tecnológico y muy especialmente en el de la digitalización. El reciente ataque a Huawei es sólo un ejemplo de ello.


Además del efecto recesivo de la guerra comercial, otra de sus víctimas puede ser la gobernanza del comercio mundial tal y como ha sido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.


La comunidad internacional, a la luz de lo destructivo que han sido a lo largo de la historia los conflictos comerciales, optó por dotarse de un conjunto de reglas imbricadas en la OMC –antes el GATT-, basadas en lo que se conoce como multilaterialismo. Sin entrar en detalles, este sistema se basa en dos principios básicos: en primer lugar, los países miembros se comprometen a conceder las mismas rebajas de protección de forma recíproca, y por tanto no asimétrica (principio de reciprocidad). De esta manera, si un país rebaja su protección aduanera a otro país, éste está obligado a hacer lo mismo. En segundo lugar, los países miembros se comprometen a extender a todo el resto de países cualquier concesión comercial efectuada a uno de ellos (principio de no discriminación). Se establece pues, que las concesiones que un país haga a otro en cuestión de tarifas aduaneras u otras barreras comerciales, deberán aplicarse automáticamente el resto de los miembros de la OMC. Con este sistema basado en estos dos principios, se pretende llevar a cabo un proceso de liberalización comercial, alejado del bilateralismo y del unilateralismo y, por supuesto, evitando las temidas guerras comerciales.


Y si bien es cierto que la historia del multilateralismo liderado por el GATT primero y por la OMC después, tiene muchas sombras, en especial no haber conseguido poner el comercio internacional al servicio de las necesidades de desarrollo de los países más desfavorecidos, contribuyendo con ello a mantener el monopolio y la hegemonía comercial de los países tecnológicamente más avanzados y, en particular, de sus mayores empresas, sigue siendo un escenario mejor que el de la guerra comercial, el cual no corrige las debilidades señaladas y además su resultado más probable es que genere un efecto recesivo sobre la economía mundial.

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