martes, 19 de marzo de 2024
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< ver número completo: EE.UU.-China, la guerra fría del siglo XXI
Julián Cubero

​Más cerca de la guerra comercial… o no, pero sin vuelta atrás

Economista del BBVA

En las últimas seis semanas, desde comienzos de mayo, asistimos a continuos desencuentros en las relaciones económicas de EE.UU. y China, las puramente comerciales o las de acceso de empresas a sus respectivos mercados domésticos, especialmente en sectores considerados estratégicos, como el tecnológico. Todos ellos son campos en los que EE.UU. y China dirimen una batalla cada vez más cruenta por el liderazgo económico mundial. Estados Unidos volvió a subir sus aranceles a 200.000 millones de dólares en importaciones de bienes procedentes de China, algo más de un tercio del total, elevando la tarifa del 10% al 25%, y amenaza con hacerlo al resto de importaciones chinas. China por su parte eleva la voz y establece, además de su derecho a represalias, las condiciones que no está dispuesta a aceptar para seguir negociando. EE.UU. limita entonces la capacidad de contratar con algunas empresas de capital chino por preocupaciones de seguridad nacional y China escruta las actividades de empresas norteamericanas en China. Una cadena de acción-reacción que podría pararse en un encuentro entre los presidentes de ambos países en el marco de la próxima reunión del G-20 en Japón, a finales de mes. O no.


Economu00eda global


Todas estas medidas llegaron cuando parecía que Estados Unidos y China estaban a punto de cerrar un acuerdo que aumentaría las compras de bienes norteamericanos, reduciría los subsidios a las exportaciones chinas y fortalecería la presencia de empresas americanas en el mercado doméstico del país asiático, además, y sobre todo, de proteger de modo más efectivo la propiedad intelectual empresarial, eliminando las transferencias forzosas de tecnología. El racional para este cambio de estrategia puede ser múltiple, con razones que además no son excluyentes entre sí: primero, lograr un mejor acuerdo para las posiciones propias forzando una postura más exigente; segundo, utilizar las condiciones más duras o la amenaza de ruptura como elemento en el debate político doméstico; tercero, creer que la estrategia de lograr un acuerdo es menos ventajosa que la de la presión desde un punto de vista de largo plazo. En este sentido, dado que ambas economías son rivales estratégicos, lo mejor sería, si no se logra ya todo lo que se quiere en la negociación, mejor emprender ya el levantamiento de barreras que favorezcan el desacoplamiento económico, la desintegración de las cadenas de valor transnacionales que impliquen al rival, y más si se considera que ese rival se ha beneficiado indebidamente de las ventajas de la gobernanza multilateral del comercio y en general de la economía global.


Con todo, la economía global está un paso más cerca de la guerra comercial total si tras la subida y las medidas de represalia anunciadas por China, Estados Unidos implementa su amenaza de poner aranceles al resto de importaciones desde el país asiático y las negociaciones quedan definitivamente rotas. 


La toma de posición de los mercados financieros, con caídas de la renta variable, flujos a activos libres de riesgo y aumentos de la volatilidad, de continuar, tendrá efectos reales en la actividad por el aumento de costes de financiación y el deterioro de la confianza. Unos efectos que se añadirían a los debidos directamente al aumento de aranceles, una subida de precios que reduce la cantidad demandada de bienes dada la menor capacidad de compra real de hogares y empresas.


La estimación cuantitativa del impacto de estas medidas es muy incierta. Primero, por la falta de evidencia reciente de medidas similares. Los costes del comercio internacional, y en particular los aranceles de bienes, mantienen una tendencia de caídas continuadas que les sitúan en mínimos no vistos en varias generaciones. Además, los modelos econométricos disponibles no permiten precisar el impacto de un fenómeno muy complejo, que involucra multitud de geografías, productos y tipos de barreras a los flujos comerciales, sin establecer hipótesis fuertes en múltiples frentes (por ejemplo, las elasticidades-precio de exportaciones e importaciones para cada economía o su capacidad para sustituir rápidamente importaciones por producción doméstica).


En BBVA Research estimamos que la subida de aranceles al 25% podría reducir el PIB chino 0,5 puntos porcentuales respecto a un escenario base en el que China crecería cerca del 6% en 2019. Los impactos en los otros dos grandes bloques comerciales serían inferiores, en torno a 0,2 pp en Estados Unidos y 0,1 pp en el área del euro. En el caso de ir más allá, un riesgo que consideramos en estos momentos no descartable, aunque sin ser el escenario central, con aranceles a todas las importaciones desde China y represalias, los impactos, groso modo, se podrían doblar, con incertidumbre sesgada hacia efectos más intensos por la combinación de canales reales y financieros en un escenario global vulnerable y con poco margen de actuación de políticas económicas de demanda, y menos de modo coordinado. 


El escenario económico global sería entonces de intenso ajuste, el más intenso desde la crisis financiera de 2008-09.


Pero incluso suponiendo que se revierten las medidas punitivas establecidas en las últimas semanas entre EE.UU. y China, la desconfianza permanece. Que el desacuerdo en control de fronteras entre EE.UU. y México se convierta en una amenaza arancelaria súbita, creciente y severa tiene efectos negativos en decisiones de inversión, independientemente de que se haya suspendido la aplicación del castigo o de que incluso pudiera descartarse llegado un acuerdo futuro.


La semilla de la incertidumbre sobre qué nuevas medidas discrecionales pueden alterar súbitamente el marco en el que se realizan intercambios económicos está plantada. Por eso, el punto final de esta situación no será el mismo simplemente porque se eliminen algunas medidas restrictivas establecidas. No se avanzará hacia una situación más favorable para todos mientras no se entienda que el déficit comercial bilateral es un objetivo errado, que los instrumentos que se utilizan para lograr ese objetivo (las subidas de aranceles) además de inútiles (el déficit norteamericano subirá mientras no eleve su ahorro o reduzca su inversión) son contraproducentes, generan incertidumbre y debilitan cadenas globales de valor que aumentan la disponibilidad de productos a precios más atractivos.


No se trata de que la política comercial de China, en la que el libre mercado tiene un papel acotado, no tenga que ser confrontada para asegurar la existencia de un marco global equilibrado para todos. 


Son muchos los asuntos a reclamar a China, algunos de ellos apuntados por Estados Unidos, pero sin poner en riesgo todo lo avanzado, construyendo alianzas en foros multilaterales como la Organización Mundial del Comercio, que debería reforzarse para ser más resolutiva y eficaz. Porque el comercio global no es un juego de suma cero.


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