lunes, 29 de abril de 2024
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La amenaza nuclear fue la protagonista de la segunda parte del siglo XX. Una carrera armamentística en la que el bloque formado por los Estados Unidos y sus aliados, los miembros de la OTAN, orientaban su arsenal hacia la Unión Soviética y sus países satélites, cuyos misiles, a su vez, apuntaban hacia las principales ciudades del mundo occidental. La Guerra Fría, el inestable equilibrio de fuerzas que, en caso de romperse, aseguraba la destrucción del mundo tal y como lo conocemos, acabó con la disolución de la URSS a finales del siglo pasado. Y, sin embargo, esta centuria ha traído consigo nuevos enfrentamientos, nuevos enemigos, nuevos desequilibrios en el tablero de juego mundial, y, sobre todo, nuevas formas más sutiles de hacer la guerra.


Nuevas tecnologu00edas


Aunque sería una simplificación excesiva, podríamos decir que, mientras que las guerras de hace apenas cincuenta años se regían por la dotación de maquinaria pesada por parte de los bandos implicados -aviones, carros de combate, navíos, misiles-, en la actualidad, la ventaja estratégica es definida por la capacidad de gestionar la innovación tecnológica por parte de cada una de las naciones contendientes. En muchos aspectos, hemos pasado de las guerras a cañonazos, a otras relacionadas con internet, la ciberseguridad, el big data y la manipulación de la opinión pública a través de las fakenews, uno de los grandes males de nuestros tiempos. La empresa de consultoría Gartner vaticina que en 2022 la mayor parte de los ciudadanos de naciones desarrolladas consumirá más información falsa que verdadera. Una población cada vez más maleable, que responde a la máxima que regía el mundo distópico planteado por Orwell en la novela 1984: “aquel que controla el pasado, controla el futuro. Aquel que controla el presente, controla el pasado”.


La capacidad tecnológica está en la base de la confrontación geopolítica contemporánea. El caso Cambridge Analytica dejó al descubierto cómo se lleva a cabo un mal uso interesado de los datos que dejamos en las redes, en temas tan trascendentales como las elecciones presidenciales de Estados Unidos o la votación sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea. 


El campo de batalla de hoy es internet, y la potencia armamentística, la disponibilidad de unas redes de comunicaciones cada vez más potentes y rápidas.


Es por todo lo anterior que la quinta generación de telecomunicaciones móviles -comúnmente conocida como el 5G- se ha convertido en el factor estratégico determinante dentro de las nuevas guerras frías de este tiempo, cuyos principales protagonistas son los Estados Unidos de América, China y, en un lugar abiertamente secundario, la vieja Europa.


¿Por qué el 5G es tan especial? ¿Qué aporta para ser mucho más que una mera evolución técnica de los estándares anteriores, como son 2G, 3G y 4G? A decir verdad, es la solución idónea de comunicaciones que requiere una era digital permanentemente conectada, como la que nos ha tocado vivir. Por un lado, proporciona un ancho de banda y una velocidad de conexión espectaculares, hasta cien veces más rápida que el 4G, que, por ejemplo, nos permitirá ver en el teléfono móvil vídeo de una definición ultra alta.


Otro factor relevante es que presenta una latencia bajísima. Se denomina latencia a los retrasos que sufre la información al circular por las redes, o en otras palabras, lo que tarda un dispositivo en ejecutar una orden desde que se envía la señal. En el caso del 5G, esta se reduce a unos pocos milisegundos, algo fundamental, por ejemplo, para el desarrollo de los coches autónomos, en donde un pequeño retardo en el flujo de información puede desencadenar un accidente. Finalmente, se trata de un estándar de comunicación que puede dar soporte a una densidad de dispositivos conectados de millones por km2, lo que lo convierte en crucial para la expansión del internet de las cosas, dado que, de acuerdo con la consultora Gartner, en 2020 habrá en el mundo más de veinte mil millones de dispositivos conectados.


El origen del conflicto entre Estados Unidos y las empresas tecnológicas chinas es anterior a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. 


Ya en 2011, el entonces presidente Barack Obama acusó a Huawei y a ZTE de constituir una amenaza para la seguridad nacional. En concreto, se alega que los dispositivos de estas compañías estarían configurados para el espionaje -a través de capas ocultas o backdoors-, y que detrás de este robo de información estaría el mismísimo Gobierno Chino. En consecuencia, Donald Trump firmó en agosto de 2018 la ley presupuestaria de 2019 National Defense Authorization Act, en donde se establece el veto del Gobierno a Huawei, y también ha incluido a la empresa en una lista negra que prohíbe a las compañías estadounidenses establecer relaciones comerciales con ella, si bien a última hora ha concedido una prórroga a la aplicación de esta medida hasta agosto.


Por otra parte, a principios de este año se llegaron a presentar hasta veintitrés cargos contra Huawei ante el tribunal federal de Brooklyn, por fraude bancario, obstrucción de la justicia, conspiración, violación del régimen de sanciones a Irán y robo secretos comerciales a operadores de telecomunicaciones estadounidenses. Por su parte, los responsables de la compañía niegan todas las acusaciones, y lo cierto es que ningún operador de telecomunicaciones europeo ha podido encontrar pruebas de que los componentes y dispositivos hayan sido o puedan ser utilizados para espiar.


Toda la ofensiva encabezada por Trump parece más bien una forma de frenar el avance chino en el campo del 5G. 


El propio presidente ha llegado a afirmar que “la carrera hacia 5G está en marcha y Estados Unidos debe ganar”. Y lo cierto es que Huawei es un líder mundial en esta tecnología inalámbrica, que hasta ahora solamente está desplegada comercialmente en Corea del Sur y en varias ciudades de EE.UU. En concreto, la empresa de Shenzhen tiene firmados casi cincuenta contratos para implantar los sistemas 5G en treinta países. Además, según informa BBC News, tiene más patentes que cualquier otra compañía del mundo -concentrando en torno al 15% del total-, ha llevado a cabo la primera llamada 5G del mundo (febrero, 2018), ha desarrollado el primer chip integral para estaciones base 5G y creado un terminal que lo soporta. No es de extrañar, por tanto, que sea percibida como un rival temible para los anhelos tecnológicos norteamericanos.


Otro tema que no acaba de aclararse del todo es la composición de los bloques antagónicos. De la parte de Pekín, se alínea Rusia, otro viejo oponente a la hegemonía yanqui. Del lado americano, han establecido sus posiciones abiertamente Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Japón. La Unión Europea no acaba de definir su postura en el conflicto, consciente de que lleva cierto retraso en el desarrollo de redes 5G, y que su papel en la cumbre del liderazgo mundial es cada vez más débil. Las dudas y disquisiciones que manifiestan los países comunitarios sobre este particular esperan recibir una postura oficial por parte de la Comisión Europea.


En cualquier caso, esta política involucionista por parte del gobierno de Donald Trump pone en jaque el planteamiento del comercio global, en un mundo en el que, ya no el capital, sino las propias cadenas de producción superan las fronteras nacionales. Tanto Huawei depende de compañías americanas y europeas en su cadena de suministro, como estas de la empresa china. Se trata de un mercado articulado por relaciones complejísimas entre los agentes implicados, en el que no pesan ya tanto los elementos locales, sino la visión de una economía mundial estrechamente interrelacionada. Y, sin embargo, entre otras firmas, Google, Qualcom, Broadcom, Intel y Panasonic, han dado la espalda a su antiguo socio asiático, por miedo a desobedecer los intereses nacionales definidos por Trump.


Para el continente europeo, el veto a las empresas chinas supondría un retraso en el despliegue del 5G. Como indica el medio digital Hipertextual, la cuota de mercado combinada de Huawei y ZTE alcanza la cifra del 40%. Si la Comisión se sumase a la prohibición impulsada por Estados Unidos, el retraso aumentaría la brecha entre la penetración del 5G de Estados Unidos y la UE en más de quince puntos. 


Esta guerra comercial chino americana puede llegar a afectar al funcionamiento de las compañías tecnológicas de todo el mundo.


Por su parte, China ha comenzado a acelerar el paso. Tenía previsto acabar el despliegue de sus redes 5G en 2020, pero ha redefinido sus objetivos situando la puesta a punto del nuevo estándar a finales de este mismo año. Es la guerra, y además una firme respuesta al veto estadounidense. Y, por otro lado, ha empezado a estrechar lazos con otro viejo enemigo del americano, como es Rusia. El miércoles 5 de junio, Huawei, firmó un acuerdo con la empresa rusa de telecomunicaciones MTS para desarrollar la tecnología 5G en dicho país. Dicha colaboración implica para la nación el suministro de tecnologías 5G y la creación de redes piloto entre este mismo año y 2020.


No podemos anticipar cómo acabará este episodio, habrá que ver cómo se desencadenan los acontecimientos en torno al 5G, especialmente en 2020, pero no deja de ser una paradoja que precisamente una tecnología que conlleva mejorar la comunicación en todo el mundo y la superación de las fronteras, se haya convertido en el caballo de batalla del proteccionismo norteamericano.

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