viernes, 29 de marzo de 2024
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< ver número completo: Reajuste o crisis económica para este 2019
Santiago Carbó Valverde

​Desaceleración de la economía

Catedrático de Economía de CUNEF y Director de Estudios Financieros de Funcas

Los últimos meses han venido marcados por una macroeconomía mundial, europea y española que se ha ralentizado. Muchos economistas –incluidos algunos de los más mediáticos - han llegado a hablar de la posibilidad de recesión en 2020, incluso este año. Aunque hay riesgos a la baja de la economía, parece precipitado hablar de recesión. Pero ni en eso nos ponemos de acuerdo los economistas. Hay algunos hechos hasta ahora sobre los que sí podemos estar de acuerdo la mayoría de los analistas. La economía mundial ha experimentado tensiones comerciales entre grandes países y bloques (Estados Unidos y China sobre todo, pero también la Unión Europea) que han generado un contexto de incertidumbre sobre el comercio internacional que ha impactado sobre el crecimiento económico. Pero hasta ahora es desaceleración en casi todos los casos. También es cierto que la economía europea es de las que más ha perdido tirón tras unos años de recuperación. En cuanto a la española, su tasa de crecimiento para 2019 y 2020 va a ser alrededor de un punto menor que la de años anteriores, pero será sustancialmente mayor a la europea (y la de muchos otros países) y generará empleo, aunque en menor medida que en el último quinquenio.


Perspectivas economicas


En estos momentos sigue el contexto de incertidumbre sobre el comercio mundial, a pesar del acercamiento de los gobiernos estadounidense y chino de los últimos meses. Es posible que “la sangre no llegue al río”, y evitemos lo peor de las sanciones comerciales pero no olvidemos que hay elecciones presidenciales en Estados Unidos en noviembre de 2020. En el marco político actual, esa convocatoria puede volver a traer la controversia sobre las barreras proteccionistas entre países, como modo de captar votos descontentos de aquellos que ven con desconfianza los resultados de una economía global liberalizada. Por tanto, la vuelta a un crecimiento más intenso a escala global deberá esperar al menos hasta 2021, cuando quede más despejado el panorama político de Estados Unidos. Así lo parece entender la Reserva Federal, que ha cambiado su discurso que apuntaba a más subidas de tipo de interés por uno en el que parece que no habrá incrementos en un tiempo sugiriendo, incluso, que puede haber nuevos estímulos monetarios, si fueran necesarios. 


La economía norteamericana se recuperó antes que las del resto de países occidentales y, por ello, la subida de tipos ha sido una estrategia razonable hasta ahora para frenar el “sobrecalientamiento” de la misma. 


El cambio de discurso de la Reserva Federal –aunque algo salpicado por las presiones de la Administración Trump–  parece sugerir que lo que existe ahora son riesgos crecientes de una desaceleración más que de lo contrario. En todo caso, la economía americana tiene un mayor dinamismo, y, en mi opinión, se comportará mejor que la europea, sea cual sea el escenario que al final se materialice: uno más optimista (con vuelta a un crecimiento intenso pronto) o uno más pesimista (con fuerte desaceleración).


Lo que sí que es común a toda la economía global -y que supone un gran lastre para el crecimiento- es el elevado nivel deuda pública y privada acumulada en el tiempo. En los últimos años, ha aumentado la preocupación sobre la sostenibilidad de la deuda, sobre todo en aquellos países con poca competitividad y con unas finanzas públicas laxas. Mientras la economía global avanzaba –y aunque la deuda creciera también-, casi nadie se cuestionó la sostenibilidad de la deuda. Ahora que se ha materializado un cierto parón macroeconómico, vuelven los nervios sobre el endeudamiento, que podrían haber sido mayores si se hubiera seguido con mayor intensidad por la senda de subida de tipos. 


No tengo duda que la situación de algunas deudas soberanas “estresadas” es un argumento que se ha empleado para ralentizar la subida de tipos. 


Nadie quiere volver, sobre todo en la Eurozona, a aquellos episodios de estrés de los riesgos soberanos durante 2010-2012. En cualquier caso las dudas sobre la sostenibilidad de la deuda seguirán ahí durante mucho tiempo y eso, de por sí, es una noticia que no contribuye al crecimiento. Por otro lado, también habrá que seguir de cerca la concentración de un gran volumen de préstamos a empresas en estos años en segmentos de financiación no bancarios y no sujetos al control del supervisor (lo que denominamos shadow banking o banca en la sombra). Si los impagos aumentaran en esos préstamos, las consecuencias son difíciles de determinar, ya que no existe transparencia sobre los prestamistas, sus posiciones y las conexiones entre sí. No tiene por qué repetirse una crisis de impagos como las de las hipotecas subprime de Estados Unidos de 2007-2008, pero sí que es conveniente no perder de vista los riesgos de estos nuevos modelos desintermediados de crédito al sector privado, sobre todo, a empresas, más aún en un contexto de ralentización de la economía global.


En cuanto a Europa, la desaceleración parece más intensa. Francia y Alemania muestran señales de menor confianza empresarial y un marcado menor dinamismo. Italia sigue siendo una incógnita muy preocupante, tras 20 años son apenas crecimiento, un nivel de deuda pública casi insostenible y un gobierno en franca confrontación con Bruselas. 


El país transalpino es un “cocktail” peligroso, que no solamente genera desconfianza en los inversores sino que potencialmente podría hacer “descarrilar” el proyecto del euro. 


Asimismo, ya se han dejado sentir sobre la economía británica y europea las consecuencias negativas de las numerosas incertidumbres sobre el Brexit, con un gobierno del Reino Unido que parece incapaz de gestionar el espinoso futuro que se presenta. Todo este complejo contexto refuerza la idea de la necesidad de una mayor integración fiscal y política -no solo monetaria- en la zona euro, para poder hacer frente a la próxima crisis, pero parece existir poco apetito político en determinados países (fundamentalmente los del Norte, “acreedores” del resto) que guardan aún mucha desconfianza –en algún caso, justificada- hacia los países periféricos. Por otro lado, el mayor retraso europeo en la transición tecnológica hacia modelos productivos más respetuosos con el medio ambiente parece estar pasando ya factura a los países exportadores como Alemania.


Por último, la economía española. Nuestro país aun vive de las “rentas” de las reformas de 2012-2013, que atajaron las dudas sobre nuestro sistema financiero y trajeron algunas reformas estructurales – la principal, la del mercado de trabajo- que permitieron la fase de crecimiento de los últimos cinco años. Coincidió con un periodo de “fuertes vientos de cola” (política expansiva del BCE y bajo precio del petróleo, entre otros factores) que se ha alargado hasta hoy y llegará, al menos hasta 2020. Sin embargo, nuestra economía necesita más reformas, potenciar la innovación y digitalización y ganar realismo sobre las finanzas públicas. 


España, de modo parecido a lo que pasa en buena parte de Europa, deberá apostar mucho más por la innovación y la digitalización de empresas y actividad económica. 


También por completar la transición tecnológica hacia modelos productivos más respetuosos con el medio ambiente. Si se apuesta por esta vía, la economía crecerá. Hace falta mucho más de lo hecho hasta ahora. En particular, es necesaria “una estrategia nacional de digitalización”. Solamente así garantizaremos el aumento del bienestar de nuestro país, aunque continuemos teniendo una gran dependencia de sectores tradicionales como el turístico y servicios relacionados.


En todo caso, el principal reto de corto y medio plazo para nuestra economía es volver a una senda de acción pública más realista, donde no se rehuyan ni manipulen temas como la insostenibilidad del sistema de pensiones, los problemas de un mercado dual de trabajo –con diferentes contratos y salarios que generan notables disfuncionalidades- y la necesidad de aumentar la productividad en nuestro país. Este último aspecto de la productividad precisa de mayor innovación, mayor inversión empresarial – de la que pocas veces se habla-, y, nuevamente, de una mayor digitalización.


Con crecimiento económico, como ha ocurrido desde 2014, es mucho más fácil para un gobierno ser pedagógico y hacer frente a algunas reformas que aunque pudieran generar algún ajuste y descontento en el corto plazo –en todo caso, llevadero porque la economía está al alza-, siembran unos beneficios de largo plazo mucho más importantes, que además serán sostenibles. Esto no ha ocurrido en los últimos gobiernos ni en las propuestas de prácticamente todos los partidos políticos. Incluso algunos que parecían más dispuestos a estas reformas, parecen haber abandonado el énfasis en las mismas. 


La siguiente crisis puede ser muy dura si ahora no se actúa para corregir esos desequilibrios. No soy optimista. No hay apetito político para ello.


En definitiva, entramos en un bienio (2019-2020) que será clave para la economía mundial, europea y española de la próxima década. La desaceleración puede que se quede un tiempo. Por ello, los principales gobiernos deberán actuar, cada uno en su ámbito, para paliar las consecuencias para la población de esa ralentización y evitar que se convierta en recesión en algunos países. Desde la crisis financiera de 2008 se ha avanzado mucho en recuperar la economía a escala agregada. Sin embargo, la creciente desigualdad se postergó en la agenda política hace diez años en aras de una mayor eficiencia. Sin embargo, es un tema que no puede esperar más. Debe volver a ser prioridad en la agenda política sin más demora, ahora que aún tenemos crecimiento. Una economía fuerte es una buena noticia, pero una sociedad fuerte es la mejor noticia.

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