jueves, 28 de marzo de 2024
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Inés Martín de Santos

Islandia podemos ser todos

Profesora del Departamento de Administración Financiera y Contabilidad de la Universidad Complutense de Madrid.

Las cifras son suficientemente conocidas y la documentación ampliamente difundida tanto en el ámbito científico como divulgativo, me remito particularmente al trabajo que publiqué hace casi un lustro en la Revista Internacional del Mundo Económico y del Derecho. Lo que ahora es preciso es reflexionar sobre el pasado reciente de este país como vacuna de otras posibles crisis nacionales.


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Los cambios drásticos de la economía islandesa, producidos en un corto período de tiempo parecen un fenómeno singular, en su momento poco comparable al resto de la economía mundial y sin embargo, perfectamente transferible.


Diversos factores apoyan esta consideración, entre otros: una sociedad pequeña con gran influencia de los criterios mantenidos en relaciones de vecindad entre los miembros de la misma comunidad, proclives a los sistemas de autogestión; una tendencia histórica, al menos desde la perspectiva cultural, a la quietud, a la falta de ambiciones; y un gran peso de las mujeres en las decisiones de política económica.


La crisis económica islandesa del año 2008 aparece en la literatura económica como la chispa que hace saltar la alarma de una crisis financiera internacional de mayor envergadura. 


El año 2008 es meramente simbólico y arbitrario porque en realidad esta crisis se venía fraguando desde 1990.


Tanto la información de los medios de comunicación de masas como los informes estadísticos del Fondo Monetario Internacional, de la Comisión Económica de la Unión Europea y del propio Banco Central de Islandia, los documentos de trabajo de la OCDE, así como los estudios publicados antes y después del 2008 coinciden en señalar una inversión poco planificada, altamente especulativa y cargada de un alto riesgo.


Las razones por las que el capital extranjero eligió este país como centro de inversión en condiciones adversas todavía no se han esclarecido suficientemente, pese a la existencia de documentos entre representantes del Fondo Monetario Internacional y un representante del Banco Central de Islandia en los que aparece la existencia de desequilibrios de carácter macroeconómico, déficit en su balanza de pagos y bajas tasas de ahorro, pese a algunos errores que puedan producirse en las predicciones como los que se han detectado para los períodos 1995-2002 y 2000-2007.


Como responsable principal de esta crisis se ha señalado en primer lugar el capital extranjero, y en segundo lugar los políticos y banqueros islandeses; pero no hay que olvidar que el endeudamiento doméstico o casero alcanzó asimismo unas cifras muy elevadas; desde 1994 el número de cuentas corrientes, tarjetas de débito y de crédito se triplicó, los préstamos llegaron a crecer hasta un 50% en el 2005, los préstamos en muchos momentos también llegaron a duplicar el porcentaje del Producto Interior Bruto, algo sorprendente en una población considerada a menudoconformista y de alto nivel cultural, lo que obliga en parte a realizar análisis propios del campo de la Psicología Social.


El hecho de que Islandia se convirtiera durante algún tiempo en un país de moda para la inversión extranjera motivado probablemente más por influjos publicitarios que por un análisis profundo de su potencial económico es una muestra de la tendencia extendida a principios del siglo XXI a las inversiones especulativas a corto plazo


Aunque la división entre política y economía sea difícil de desligar, no es incuestionable, y parece aconsejable utilizar criterios distintos para solventar los problemas sociales.


Establecer medidas económicas motivadas por actitudes políticas no parece el mejor sistema de arreglar los desajustes sociales, menos aun cuando hace ya más de medio siglo Bell anunció el final de las ideologías.


Dada la gravedad de la crisis económica actual, no sólo en el ámbito nacional sino internacional, parece necesario hacer una llamada a los responsables máximos de la economía mundial para que se establezcan unas mínimas medidas intervencionistas que no condenen a la pobreza a millones de personas.


En mi opinión, hoy día el sistema económico se asienta más en ejercicios especulativos que en actividades productivas.


Retomando unas cifras harto significativas, en 1970 cerca de 90% del capital internacional se destinaba al comercio y a la inversión de largo plazo (actividades más o menos productivas) y 10% a la especulación. En 1990, las cifras se habían invertido: 90% correspondía a especulación y 10% a comercio e inversión de largo plazo. La solución islandesa a la crisis provocada por la ambición humana incontrolada de unos pocos ha marcado alguna distancia respecto a circunstancias parecidas en otros lugares.


Dista de las soluciones adoptadas en algunos otros países que han sufrido una crisis parecida, en el sentido de que se han reclamado responsabilidades personales y se ha procesado a los responsables que ocultaron el estado de las cuentas al gobierno. Pero desconocemos si aquí están todos los que son.


Esta conducta no es de extrañar porque la cultura islandesa nunca fue partidaria de depositar confianza ciega en líderes o dirigentes sino más bien en adoptar decisiones de carácter asambleario. Esto que se podría considerar débil afianzamiento de un Estado nacionalista es lo que quizá llevara a este país a una dependencia de Noruega y Dinamarca durante más de diez siglos.


Con todo, el comportamiento del gobierno islandés ha sido legal (no sabemos si justo), es decir, pagar la mayor parte de su deuda porque Islandia no puede convertirse en una isla mayor de la que es y escapar al entramado de la economía mundial. 


El desastre islandés puede producirse en cualquier otra economía nacional y obligar a pensar si una población debe asumir los errores de sus dirigentes.


Los tentáculos del capital crearon en Islandia una economía ficticia y los islandeses creyeron en el sueño hasta que despertaron y se encontraron con la realidad.


La rápida recuperación de Islandia, con el 50% de deuda pública sobre su PIB y el bajísimo porcentaje de paro no son exclusivamente el resultado de adecuadas medidas de política económica sino también el apoyo de una sociedad culta y austera que ha vuelto la vista a sus propias raíces. Sería perentorio implementar una metodología comparativa porque en similares circunstancias, otros países seguramente no evolucionarían de igual manera, sobre todo cuando gran parte de ellos, debido a la globalización y a los acuerdos internacionales serían incapaces de sostenerse incluso con sistemas autárquicos.

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