martes, 19 de marzo de 2024
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Alberto Fraguas Herrero

​Diez años de crisis económica en 100 años de crisis ecológica

Coordinador del Observatorio de Ecología Política de ATTAC España

Warren Buffet, ese supermillonario estadounidense con cara de abuelito bueno y bolsillo de tiburón ballena, hace unos años en un ataque de cinismo autocomplaciente afirmó que "la lucha de clases sigue existiendo ... y la está ganando la mía". En un estilo muy de Estanislao Figueras ("estoy hasta los... de todos nosotros") asumía la crítica al modelo neoliberal, basado en enormes desequilibrios en el pago de impuestos en el que él, con enormes ingresos, abonaba al fisco menos del 17% de éstos cuando sus empleados pagaban una media del 38% de los suyos. Obviamente esto es así porque sus ingresos provenían (y provienen) de rentas de capital invertido en finanzas que pagan mucho menos al fisco. Esto explica el enorme aumento de las desigualdades en un entorno global donde las grandes corporaciones empresariales mantienen unos beneficios que son reinvertidos en esos mercados financieros, creando una creciente brecha social y económica (que se denomina "crisis") que empieza a preocupar incluso a responsables de generarla (Buffet es un buen ejemplo).


Capitalismo verde


La organización ATTAC, que lucha contra ese capitalismo financiero y sus perniciosos efectos, inició junto con otras organizaciones sociales una campaña para recordar y documentar que estos 10 años de crisis son una estafa a la ciudadanía (#10AñosdeCrisisEstafa y #ControlemoslasFinanzas) con claras repercusiones al aumentar las desigualdades sociales y desequilibrios ecológicos.


Pero, ¿qué es realmente esa ausencia de equilibrio ambiental en lo que llamamos crisis? Esos desequilibrios se constatan no solo en la economía, sino en otro ámbito ligado a la misma (retroalimentado diría), del que depende muy directamente y que a menudo se olvida que es la ecología, el uso (desigual) de los recursos naturales.


Hay un hecho que explica muchas cosas: solo 90 empresas en el mundo son responsables del 60% de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). 


Grandes corporaciones como Chevron, Exxon Mobil, SaudiAramco, BP, GazProm, Shell, National Iranian Oil, Pemex, Conocoo Phillips y Coal India generan el 22% de GEI.


Esas grandes corporaciones empresariales que retroalimentaron también mercados financieros especulativos, basan sus expectativas de crecimiento en el uso permanente de recursos naturales (petróleos, agua, biodiversidad...); aunque esos recursos sean bienes comunes y cuya utilización garantizar su permanencia y su sostenibilidad por su importancia global como factores de equidad social. Sin embargo, no es así ni el neoliberalismo plantea que lo sea en su propia doctrina, pues sabe perfectamente que su actuación genera desigualdades sociales y desequilibrios ecológicos.


La crisis, por tanto, no se refiere solo a aspectos sociales y económicos sino en igual medida a los ambientales, en una rueda de perversa y permanente retroalimentación.


El discurso de las grandes corporaciones y de los propios Estados es mantener el modelo económico con ligeras variaciones correctoras (depurar aire, agua, tratar residuos...) confundiendo compromisos voluntarios con exigencias legales y asumiendo la monetarización del impacto ambiental; ese "quien contamina paga" tan dañino que no define bien cuándo ni cuánto se paga y, sobre todo, si la restitución del entorno ambiental es la adecuada.


Se plantea incluso la creación de "nuevas oportunidades de negocio", en un bucle perfecto donde el lucro se da en el problema, pero también en la corrección de los daños. Se intenta así lanzar un mensaje tranquilizador para una ciudadanía ignorante de la realidad en demasiadas ocasiones. Esa absoluta confianza en las tecnologías correctoras hacia una "economía circular" hacen que la utopía esconda la distopía cual es que la realidad física, natural, termodinámica es bien distinta y muestra la falacia de sus planteamientos pues el carácter finito de los recursos naturales en los que se asienta el modelo posee una tasa de renovabilidad en sus materiales que no es bastante rápida para garantizar los beneficios económicos que requiere el ciclo capitalista. Así el "colapso" está servido y está en proceso en términos ecológicos, pues los cambios en esos ciclos naturales quizás sean más lentos que en los sociales pero son casi inmutables y de difícil y costosa marcha atrás en tiempo y dinero. Este hecho, la apropiación de los recursos por el capital para uso privativo, incide obviamente en la ruptura de equilibrios de los ecosistemas muchos de los cuales son base de la cohesión y equidad sociales.


Además, en estos últimos años (coincidentes con la llamada crisis económica) se han creado y potenciado mercados de financiarización de los riesgos ambientales, transfiriendo el modelo especulativo a la propia naturaleza, al transformar esos riesgos en créditos o bonos con los que se especula en bolsas especiales (bonos "catástrofes", mercados de CO2, "Bancos de biodiversidad"...). Por ejemplo, el mercado de "bonos verdes" o endeudamiento ligado directamente al desarrollo respetuoso con el medio ambiente (mercado de títulos de crédito para financiar proyectos contra el cambio climático u otros proyectos "correctores" de impactos) supone inversiones a largo plazo donde el 70% de los bonos se comercializan a más de diez años, tiene emisores como entidades multilaterales, organismos de inversión internacional, empresas, entidades financieras o administraciones públicas. Ese mercado de "bonos verdes" ha pasado de los 2.600 millones de dólares (2.364 millones de euros) en 2013 a 81.000 millones en 2016 (casi 74.000 millones de euros), con una previsión de crecimiento hasta 150.000 millones de dólares (136.400 millones de euros) en 2017 y de 60 billones en 2020, según datos de la Iniciativa Bonos Climáticos (Climate Bonds Initiative en inglés). Esta hegemonía del poder financiero ha provocado que se primen rentabilidades a corto plazo, obviando medidas preventivas y correctoras ambientales y priorizando la extracción de los materiales de los ciclos naturales muy por encima de su capacidad de regeneración. Esta realidad se ha dado con el acaparamiento de tierras por parte de élites financieras como reservas energéticas o alimentarias.


Desde hace muchos años seguimos con cifras vergonzantes en el derecho al agua con más de 1.000 millones de seres humanos sin abastecimiento y más de 2.000 sin saneamiento. 


Lo que llamamos crisis es, en definitiva, solo una contingencia más del modelo económico y su evolución. En términos ecológicos (y con cierto cinismo) podría considerarse estas acciones correctoras, monetarizadoras y financiadoras a priori como parte del juego, como "hipótesis de trabajo", pero no lo son en absoluto porque la tozuda realidad no puede ser más nefasta en materia ambiental, catalizándose el deterioro en estos últimos años.


A pesar de todos los Acuerdos internacionales del Clima, los niveles de CO2 nunca han sido tan altos como ahora, que en los últimos años no ha cesado de crecer y los riesgos que conlleva. Pero hay más indicadores. El 13 de noviembre de 2017 se publicaba en la revista BioScience un artículo que actualizaba la 'Alerta de los científicos del mundo a la humanidad', un manifiesto firmado hace veinticinco años por 1.700 científicos que incluía a la mayoría de los premios Nobel vivos. Hoy, la segunda advertencia lleva la firma de 15.364 científicos de 184 países.


La advertencia es preocupante, pues las tendencias puestas de manifiesto hace veinticinco años no se han detenido, ni siquiera frenado. El agua dulce disponible por habitante se ha reducido un 26,1%. La captura de peces se ha reducido un 6,4% (bastante más desde su máximo posterior a 1992) no por un esfuerzo de conservación, sino porque no hay disponibilidad del recurso. El número de "zonas muertas" en ecosistemas acuáticos ha aumentado un 75,3% con una superficie forestal que ha disminuido un 2,8%. La abundancia de vertebrados ha disminuido un 28,9%.


Hay instrumentos para cambiar esas tendencias, pero todos pasan por no poner vendas paliativas sino transformar poco a poco, pausada pero firmemente, los principios del sistema capitalista. 


El Medio Ambiente es un indicador, una voz inmejorable para alertar de las desviaciones del modelo de los márgenes de equilibrio socioecológico. Paso a paso se debe alumbrar el futuro de un nuevo modelo de economía social y solidaria de mayor proximidad a la ciudadanía basado en principios de cooperativismo y autogestión que suponen menor impacto ecológico y energético. Un modelo nuevo en el que se mide el futuro con parámetros más realistas por integrales que un mero indicador contable como el PIB. Lo claro es que la alternativa al capitalismo no es un capitalismo más verde, pues éste ya ha demostrado su fracaso.


En resumen, estos últimos 40 ó 50 años de neoliberalismo (y los pasados 10 años en que uniformemente se ubica la crisis) dejan ver las grietas de un modelo que se niega a desaparecer. Pero los sistemas ecológicos han dicho basta. Están en crisis desde hace más de un siglo. Kio podemos llamar Antropoceno, Colapso ambiental, Cuarta Revolución Industrial, Sexta extinción... da igual. La tendencia es clara. O hay cambios en los patrones y paradigmas económicos o esto no durará mucho porque el modelo está, estructuralmente, en crisis (que etimológicamente significa separo, elijo). Una crisis que no es solo económica, sino ecológica y por tanto global.



Alberto Fraguas Herrero es biólogo especializado en Ecología, Zoología y Máster en Gestión Ambiental del Desarrollo, con más de 30 años de experiencia en gestión y planificación ambiental y en concreto en Evaluación Ambiental de Proyectos y Políticas Públicas.
Como Consultor Ambiental actualmente desarrolla su actividad como Director Ejecutivo en el Instituto de Estudio de la Tierra S.L., colaborando a su vez con distintas Instituciones Públicas y Privadas.

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