martes, 19 de marzo de 2024
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Josep Lladós

​Atrapados en la economía global

Profesor agregado y subdirector de investigación de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC

Incluso en sus parajes más bellos, todos los caminos son duros en esta hermosa y gélida isla nórdica. El trayecto realizado por la sociedad islandesa desde el estallido de la profunda crisis bancaria de 2008 no lo ha sido menos.


Islandia hielo


La quiebra de los tres grandes bancos de una burbuja crediticia que extendió sus redes por todo el globo y llegó a alcanzar en su momento un valor superior a diez veces el PIB islandés provocó una recesión económica de dos dígitos, depreció casi un 70% el valor de su moneda y requirió de un excepcional rescate financiero por parte del Fondo Monetario Internacional para garantizar los depósitos de sus ciudadanos locales.


A fin de evitar huídas de capitales y una depreciación mayor de su divisa, los sucesivos gobiernos establecieron diversos controles a las salidas de dinero del país que, con distinta intensidad, se mantuvieron hasta hace poco más de un año. Esta restricción a la libre circulación de capitales, la refundación, capitalización y reorientación de su sistema financiero y una política económica acomodaticia han conducido a unos resultados excelentes por parte de un país con las severas limitaciones de un mercado interno exiguoy una economía muy poco diversificada. Pocos habrían aventurado, en su momento, un escenario tan benigno.


Diez años tras el estallido de una crisis brutal y sin precedentes, Islandia ha emergido en el panorama internacional habiendo recuperado los niveles de renta superiores al colapso financiero, con una situación cercana al pleno empleo, una notable mejora salarial, elevadas tasas de crecimiento económico, una envidiable política de género y una de mayores esperanzas de vida en Europa.


Este aparente milagro económico tiene su piedra angular en la espectacular expansión de la actividad turística en la isla, que se ha cuadruplicado a lo largo de esta década. 


Auspiciado por la favorable cotización de la corona islandesa, las incertidumbres políticas de algunos destinos turísticos alternativos y un clima progresivamente más benigno, el crecimiento del turismo ha llevado a que la isla reciba más de 2 millones de visitantes, siete veces más que el tamaño de su población nativa.


Los efectos inducidos por este prolongado boom turístico en el conjunto de la economía han sido considerables, con una reactivación de la actividad desarrollada por las aerolíneas locales, una mejora sensible de la red de infraestructuras viarias, una creciente demanda de servicios y un crecimiento considerable de la oferta hotelera. Por si fuera poco, la industria pesquera también vive momentos favorables.


Sin embargo, acercarse demasiado al astro más luminoso también tiene sus riesgos. Por un lado, el flujo incesante de visitantes extranjeros y la limitación a las salidas de capitales estimularon una revalorización del 40% en la moneda islandesa, laminando el atractivo de la destinación nórdica en el exterior. Por el otro, la presión turística sobre la capital, nodo central de la actividad vacacional, ha inducido un encarecimiento del nivel de vida y un aumento apreciable en el precio de la vivienda, principalmente de alquiler, para la población residente.


El retorno a un escenario de políticas económicas más convencionales también ha ofrecido un baño de realidad a la sociedad islandesa. La recuperación de la libre circulación internacional de capitales y la reciente desaceleración del turismo exterior han inducido una rápida depreciación de la corona que ahora pone en jaque las dos grandes aerolíneas nacionales, ya afectadas por el encarecimiento del petróleo, y genera tensiones en unos mercados de capitales protagonizados mayoritariamente por tenedores de deuda extranjeros.


En el horizonte, reverdecen las dudas intrínsecas a cualquier sociedad que afronta los desafíos de una economía globalizada.


La dependencia de la financiación exterior es habitual en economías con severas dificultades para alcanzar el equilibrio en su balanza comercial. Hasta el momento, la exportación de servicios relacionados con la actividad turística está jugando un rol esencial para compensar con creces las limitaciones de la producción industrial y alcanzar cómodamente un superávit exterior. Ha servido además para facilitar el retorno del rescate financiero y mantener en parámetros sostenibles el peso de la deuda soberana.


Sin embargo, el pleno regreso a los mercados internacionales de capital evaluará el alcance de las reformas emprendidas y su capacidad efectiva de atracción de ahorro exterior, bien sea en forma de inversión directa exterior o adquisición de activos financieros. Hasta el momento, los flujos de capital exterior son comparativamente poco abundantes. Cabe preguntarse si el renovado sector bancario está suficientemente preparado para atraerlos y a su vez afrontar una creciente competencia exterior.


La gestión de la política monetaria y la evolución de los tipos de interés en economías pequeñas, abiertas al exterior y que usan una microdivisa exige adaptarse a entornos de alta volatilidad y habitualmente suele orientarse hacia una prevención de riesgos de inestabilidad financiera, que no siempre concuerda con las necesidades económicas internas. Significativamente, la política monetaria en curso del banco central islandés está poco sincronizada con su entorno próximo, preocupada esencialmente en evitar los riesgos de un sobrecalentamiento económico que ya obligan a satisfacer una prima de riesgo importante en la deuda soberana. Pero el escenario futuro parece virar hacia itinerarios distintos, delimitados por una previsible ralentización de los ingresos turísticos, un enfriamiento económico y una mayor inestabilidad financiera, que exigirían la persistencia de políticas macroeconómicas prudentes que, en su ausencia, podrían obligar a activar nuevas restricciones a la movilidad de capitales.


En este contexto, los cantos de sirena de la adopción del euro como moneda propia transitan recurrentemente por los pasillos del Reykjavik político. 


La renuncia a la gestión monetaria autónoma, a cambio de una mayor credibilidad y estabilidad financiera, por parte de una economía poco diversificada y limitada capacidad de ahorro exterior parecería ahora mismo precipitada.


Tampoco resultará banal el desenlace del Brexit y su encaje final en el marco del Espacio Económico Europeo para una economía que tiene en el Reino Unido a su principal mercado de exportación pesquera. Pese a saber reinventarse con éxito, ajena a las turbulencias recientes de sus vecinos más poderosos, la economía islandesa no podrá escabullirse pues de las vicisitudes de unos mercados financieros plenamente globalizados.


No hay nubarrones de crisis en el horizonte. Pero, tal y como le acontece al retraído y bonachón Andri Olafssun, jefe de policía de un remoto pueblo islandés en la aclamada serie 'Atrapados', la sociedad islandesa vive con pasión los buenos momentos aunque también destila la desconfianza de quienes saben que cualquier imprevisto les acecha bajo las frías aguas de cada lago, tras cada cima volcánica o simplemente a la vuelta de cada esquina.



Josep Lladós es profesor agregado y subdirector de investigación de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC. Licenciado y Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universitat de Barcelona. Sus áreas principales de investigación están relacionadas con la economía internacional, la políticas económicas y la geografía económica. 

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