La percepción de la corrupción, ya lo sabemos, es relativa. Por ejemplo, para el común de los mortales, el entorno del PP en Valencia es un paradigma de corrupción, como lo es en general el Partido Popular y quizá para bastantes valencianos no lo es tanto, si nos atenemos, por ejemplo, a los resultados electorales. Para otros -populistas, franquistas nostálgicos, corruptores...- la corrupción es únicamente cosa de "políticos", sean del color que sean. Para los neoliberales, adictos al ánimo de lucro y negociantes en general, la corrupción es tan solo una variable más del negocio. Y, seguramente, para los súbditos de las satrapías resulta una broma lo que nosotros consideramos corrupción.
Sustrato ideológico, intereses, nivel de renta, disponibilidad de información y cultura, contexto histórico, perfil generacional, tradiciones, sentido de la moral y la decencia, etc. etc. son factores que determinan, sin duda, la percepción de la corrupción. Sin ir más lejos, con Franco era muy difícil sino imposible percibir la corrupción -que era estructural, institucional, absoluta- por la sencilla razón de que las dictaduras son por naturaleza opacas y, evidentemente, lo que no se ve no puede percibirse. Con libertad de expresión, las cosas resultan más transparentes, aunque no necesariamente más clarificadoras. Basta echar una mirada a los quioscos de periódicos para comprobarlo. Intereses empresariales, políticos, ideológicos..., querencias, inercias, compromisos... se reflejan en unas portadas que, sobre un mismo tema, transmiten mensajes divergentes, contrapuestos y, generalmente, antagónicos.
A veces, las cosas se hacen irreconocibles
¿Es que, en consecuencia, la "mediocracia" miente? No exactamente, pero sí relativamente. Cada empresa periodística, cada medio, libra su propia batalla, se aferra a sus presupuestos, hasta el punto de que su información puede alejarse tanto de la realidad, a veces palpable, que resulta sencillamente irreconocible. Sobran ejemplos de la información entendida y tratada como mera propaganda partidaria destinada a satisfacer las pulsiones de los amos y lectores de los periódicos, cuando no a algo peor, y no faltan quienes instrumentalizan las noticias, a veces escandalosamente, para añadir agua a su molino.