jueves, 28 de marzo de 2024
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Redacción

Trabaja, consume, entretente y después muere

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Javier Castro. Periodista

También la cultura se ha convertido al consumo, echando con ello por tierra aquélla visión de los románticos que la interpretaban como algo elevado, propio de las élites, un lujo al alcance de muy pocos. Y ello, claro está, acarrea la aparición de nuevas formas de expresión, una banalización de los contenidos y hasta una mutación del propio concepto de cultura. Por eso, poco puede extrañar del empeño en trazar líneas divisorias entre, por ejemplo, cultura, alta cultura o simple entretenimiento, con afán de originalizarse, como ocurrió con lahaute couture respecto al prêt-à-porter.

En cualquier caso, no resulta fácil establecer rígidas fronteras entre cultura con mayúsculas y con minúsculas. Obras de teatro, libros, música, plástica? los hay de uno y otro signo. Pueden distinguirse, eso sí, por sus contenidos, pero también aquí lo que para algunos es un buen producto para otros puede resultar pura bazofia que, por cierto es lo más abundante, omnipresente y en franca expansión. La infalible prueba del precio podría resultar un buen rasero para medir el valor cultural, pero ni por esas, porque puede no pagarse más por mejores contenidos y viceversa. Pero lo que, desde luego, si está claro es que la amalgama cultura-entretenimiento moviliza anualmente cantidades que se cifran en centenares de miles de millones, a escala global.En Estados Unidos el negocio genera ingresos del orden de medio billón de dólares. Entre el 15 y el 20% de su producto interior bruto.

Hay quien entiende que la divisoria entre cultura y entretenimiento es de carácter tecnológico. Así, el universo del cine, la televisión, la radio o los videojuegos serían entretenimiento y el resto, digamos, cultura. Pero tampoco casa mucho esto con la realidad. La música, por ejemplo, constituye uno de los vectores más dinámicos de la industria del entretenimiento y es también una de las expresiones más antiguas de la cultura. Incluso actividades tan artesanales como la danza o la ópera adquieren en nuestros días perfiles insólitos y se insertan de lleno en el consumo masivo. Las publicaciones, tan arraigadas en la cultura, constituyen una de las claves del entretenimiento. Y en este terreno, en fin, como en otros muchos, lo que sí parece estar medianamente claro es que la resultante de desarrollo tecnológico y hábitos sociales, ha originado, para bien y para mal, una nueva realidad, que algunos ya denominan la civilización del espectáculo.

El entretenimiento forma parte de nuestra vida cotidiana

Para el escritor Vargas Llosa, tal cosa es un caos "donde como no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es". Esta evaporación de las jerarquías y los referentes es para él consecuencia del triunfo de la frivolidad, del reinado universal del entretenimiento, cuyos efectos no se limitan a la cultura, sino que anestesian a los intelectuales, desarman al periodismo y han devaluado la política. Nada puede reemplazar a la cultura en dar un sentido más profundo, trascendente, espiritual a la vida, opina Vargas Llosa. Opinión que engarza con la de aquéllos románticos que, en el siglo XIX, sostenían el balsámico efecto de la cultura sobre la pobre condición humana y que, desde luego, se contradice de plano con la realidad del entretenimiento y las industrias culturales, que han revolucionado los lenguajes, las técnicas y hasta la naturaleza del acto creativo, insertándose de modo trascendental en nuestra vida cotidiana.

Así lo vieron en 1947 los filósofos de la Escuela de Frankfurt Max Horjheimer y Theodor Adorno, autores de la Dialéctica de Iluminismo, donde analizaban el prodigioso desarrollo de medios de comunicación masivos como el cine, la prensa, la publicidad?, el caballo de batalla de la industria cultural. Los medios, sostenían, definen las identidades de las sociedades, producen industrialmente elementos culturales de acuerdo con normas de rendimiento, estandarización y división del trabajo, idénticas a las que aplica el capitalismo; ejercen gran influencia en la determinación de los roles de cada individuo dentro de la sociedad y guían la percepción de la vida. No son un servicio público, sino más bien un instrumento de control público, de consolidación del orden sociopolítico vigente. Para Adorno, son instrumentos de alineación cultural todopoderosos que "tienden a desarrollar reacciones automatizadas y debilitan las fuerza de resistencia individual". Su función es homogeneizar y hacer inofensivos los posibles conflictos.

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