jueves, 28 de marzo de 2024
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< ver número completo: El negocio del futbol
Juan Pablo Sanz García

​El mercado le cambia el paisaje al ‘futbolero’

Periodista

Hay negocio alrededor del fútbol, esto es una evidencia tan grande como la de que había timbas ilegales en el café Rick’s de Casablanca. Hay negocio desde que se cercaron los primeros campos y se empezó a cobrar la entrada. Y más lo hubo cuando los jugadores se percataron de que eran el centro de un espectáculo que concentraba a millares de personas y que merecían cobrar por ello. El amateurismo perdió sentido y, a partir de ahí, las formas de extraer rendimiento económico al entorno del fútbol se han multiplicado y sofisticado de tal manera que cabe preguntarse qué pesa más actualmente, si el factor deportivo o el económico. O dicho de otra manera: ¿el fútbol es un deporte del que se hace negocio o se ha llegado al punto en el que, más bien, es un negocio que consiste en un deporte?


Negocio del futbol



No me veo capaz de dar respuesta a esta pregunta. Lo que sí puedo compartir es mi experiencia como aficionado. Desde esta perspectiva, se observan cambios en el paisaje futbolístico que son expresivos de una realidad: en no pocas ocasiones las prioridades deportivas se pliegan a exigencias empresariales que poco tienen que ver con el juego. 


Muchos de los lugares comunes por los que transitaba un ‘futbolero’ hace veinte años o han desaparecido o se han transformado por mor de las exigencias del marketing.


El hecho de escribir en septiembre facilita la tarea de referirse a uno de los ámbitos que más ha cambiado en los últimos tiempos: la pretemporada. Hasta hace veinte años, la planificación de la pretemporada se estructuraba en dos fases: una primera de trabajo físico y táctico, que solía hacerse en algún verde paraje del norte de España o de Europa, y en la que los entrenamientos se salpicaban con partidos de fogueo con equipos locales; y una segunda de torneos veraniegos de postín, normalmente en localidades costeras de

nuestro país: Valencia Naranja, Teresa Herrera, Colombino, Ramón de Carranza...


Precisamente, en el Carranza nació la idea, luego exportada a todas las competiciones, de resolver los empates con una dramática tanda de penaltys. Grandes equipos internacionales deslumbraban en aquellas cálidas noches de agosto: sonada fue, por ejemplo, la gira española del Sao Paulo en el verano del 92. Sus exhibiciones en Cádiz Coruña tuvieron por víctimas a los dos grandes del fútbol español.


Se decía que, desde el punto de vista de la preparación física, lo más óptimo era comenzar jugando contra equipos débiles y luego ir subiendo el nivel. Y a esta convicción se ajustaba la planificación veraniega. Actualmente, el afán por ampliar mercados lleva a pretemporadas en las que se realizan largos viajes por América y Asia, con un calendario en el que hay programados, ya en el mes de julio, partidos entre los primeros espadas europeos. También sucede que proliferan las lesiones musculares y que los equipos

grandes suelen comenzar a medio gas, forzados a realizar una puesta a punto sobre la marcha con la temporada oficial ya iniciada.


La configuración de las plantillas tampoco responde ya a estrictos criterios deportivos. 


Tanto en la valoración de las altas como en la de las bajas, pesa mucho la proyección comercial del jugador, ya sea por su fama o por su pertenencia a países en los que se quiere expandir la marca. Así, se incorporan jugadores en posiciones ya cubiertas o se prescinde de futbolistas de gran rendimiento deportivo ¿Cuántos media-puntas puede llegar a tener un equipo de los grandes de Europa? Normalmente, no necesitan ni a la mitad. Además, hay que sumar el interés de intermediarios y toda clase de comisionados en participar en operaciones y traspasos. Esto repercute en la volatilidad de los equipos y dificulta la conexión emocional con la grada. El hecho de que una alineación fuera repetida al dedillo se consideraba en tiempos un timbre de honor que identificaba a los equipos de leyenda. Actualmente, se critica que el Real Madrid haya mantenido casi intacto el once durante los últimos cinco años. 


Razones económicas mueven al fútbol hacia la deslocalización. 


Deslocalización física, con finales de competiciones nacionales jugadas a miles de kilómetros del país. Y deslocalización temporal. El fútbol que yo recuerdo de mi infancia se jugaba el domingo a las cinco de la tarde. Había excepciones, pero el grueso de la jornada era ese día a esa hora. Ahora hay que llenar la parrilla televisiva con partidos desde el viernes hasta el lunes. Las míticas tardes radiofónicas con varios partidos al mismo tiempo son ya parte del pasado sentimental del hincha.



Tampoco los estadios son ya los mismos. De la osamenta de hormigón que eran los estadios europeos, se ha pasado futuristas revestimientos de cristal y acero. Una epidermis de galerías dedicada a toda forma imaginable de ocio, en la que la presencia central de una pradera delimitada por líneas de cal se asoma como si fuera la ocurrencia de un diseñador postmoderno, y no la razón de ser de todo el complejo. Normalmente, coronará el entramado el nombre del patrocinador correspondiente.


Desde luego, por obra de las normativas de salud pública, pero también a causa de la globalización del mercado futbolístico, la grada ya no desprende ese aroma a puro y encurtidos. El socio fiel, sufridor y protestón está siendo paulatinamente sustituido por turistas que, generalmente, exhiben un entusiasmo infantil por las vicisitudes del juego y de la competición. Los directivos pueden esperar de ellos un ‘selfie’ y provechosas visitas a la tienda del club, nunca una pañolada. 


Finalmente, cabría preguntarse si la atmósfera de intereses económicos no genera una presión tal que ha acabado transformando el juego mismo, restándole espontaneidad. El fútbol ha sido frecuentemente definido como un deporte de errores, pero ¿cómo tolerar el error en un tablero en el que hay tanto dinero en juego? Evidentemente, la evolución táctica implica una perfección del juego, lo hace más complejo y exige mayor nivel técnico y estratégico a los jugadores. Pero tras el híper-tacticismo puede esconderse la pulsión

controladora de quien no quiere dejar resquicio a lo imprevisto. Y recordemos que, como afirma Woody Allen, es la capacidad para el giro inesperado, para la quiebra súbita de la trama, lo que hace al deporte algo inigualable como espectáculo. 

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