Durante meses, en los mentideros de la Corte se daba por hecha la fusión BBVA-Bankia. En clave madrileña, era la más coherente y tranquilizadora, pues los intereses corporativos capitalinos quedaban a cubierto. Además, Rodrigo Rato -la "gran esperanza blanca" de la derecha financiera- quedaría entronizado, tras la jubilación de Francisco González, como el primer banquero español. Sin embargo, la resistencia numantina a formalizar la operación por parte de González -que, precisamente, debía el cargo a Rodrigo Rato- dio al traste con esta "soñada" fusión, que el PP no supo imponer.
Ante la negativa en redondo de Francisco González a aceptar el "trágala", empezó entonces una maniobra de "cortejo" para intentar endosar el "marrón" de Bankia a los catalanes de "la Caixa". Con este objetivo, se activaron a fondo las terminales mediáticas del PP y de CiU en Madrid y Barcelona.
En las Torres Negras -sede corporativa de "la Caixa" en la Diagonal de Barcelona- los "cantos de sirena" y presiones que le llegaban desde La Moncloa y desde el Palau de la plaza de Sant Jaume se recibieron con escepticismo. El tándem Fainé-Nin respondió educadamente al envite y, de puertas adentro, se activaron los pertinentes análisis con vistas a la hipotética operación. Sin embargo, se llegó rápidamente a la conclusión que, "con todo el cariño del mundo", era inviable, por indigerible.
La Moncloa consiguió que la presidenta madrileña, la siempre díscola Esperanza Aguirre, dejara de ser un obstáculo, como lo fue en la frustrada OPA de Gas Natural sobre Endesa, de amargo recuerdo en "la Caixa". Se aceptó que la futura "Caixabankia" tuviera la sede social en Barcelona y que IsidreFainé se convirtiera en el presidente de la nueva entidad fusionada, que devendría la primera en activos financieros del Estado español. A principios de año, el "rumor" de la fusión -en realidad, absorción- adquirió visos de credibilidad al saltar a las páginas de los rotativos españoles de referencia.
En realidad, "la Caixa" nunca estuvo dispuesta a "cargarse el muerto" de Caja Madrid, Bancaixa y "tuttiquanti". Sólo dos aspectos despertaban su interés: la fusión podía ser la gran excusa para proceder a la reestructuración de personal pendiente y al masivo cierre de oficinas, que lastran los resultados operativos de la corporación catalana; la cartera industrial de Bankia tiene algunas "perlas" con un gran interés potencial (como Mapfre, Iberdrola, IAG, Indra o Deoleo) que darían el control a "la Caixa" de empresas que operan en sectores estratégicos.
Sin embargo, estos objetivos podían conseguirse sin necesidad de "comerse el marrón" entero. La poda a fondo de la plantilla y de sucursales se anuncia inminente, tras la absorción de Banca Cívica (el mal menor). Y las participaciones industriales pueden caer como fruta madura una vez Goirigolzarri implemente la estrategia de venta para intentar sanear el marasmo de las cuentas de Bankia.
Para cerrar el círculo, sólo bastó que desde las Torres Negras pusieran dos condiciones "sine qua non": Juan MariaNin, el director general, asumiría la misma función en la futura entidad fusionada; y la decisión final recaería, en todo caso, en la Asamblea de "la Caixa", el accionista de referencia de Caixabank, con lo cual se visualizaba que el poder quedaba en manos catalanas. Con ello, Rodrigo Rato quedaba relegado a una etérea copresidencia vacía de contenido y el PP (atrincherado en Caja Madrid y Bancaixa) perdía todo el control sobre la nueva "Caixabankia".
Desde Madrid, Rajoy y De Guindos comprendieron que la operación podía derivar en una humillante claudicación y acabaron abandonando el empeño. A mediados de febrero, ya estaba claro y asumido por parte de todos los interlocutores políticos y financieros que la fusión era imposible. IsidreFainé, con una llave de judo, había convertido el ímpetu del nuevo inquilino de La Moncloa en una derrota. Salvar a Rodrigo Rato -por mucho que fuera una persona querida y apreciada en las alturas de las Torres Negras- no podía poner en peligro la estabilidad de una entidad centenaria y que siempre ha pregonado la prudencia y ha rechazado la intrusión de los políticos en la toma de decisiones.
Tras el "no" de "la Caixa", la "bomba" Bankia estaba lista para estallar. ¡Y estalló!