jueves, 28 de marzo de 2024
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Redacción

 Globalización, también, del Estado de bienestar

GLOBALIZACION

 Javier Castro. Periodista

A finales de los años 20 del pasado siglo, 22 países disponían de programas públicos de salud. Actualmente son más de 140 los que cuentan con algún sistema de seguridad social. Globalmente, el gasto social tiende a aumentar y este no ha disminuido en líneas generales, aún con gobiernos liberales. La ofensiva contra el Estado de bienestar es, sobre todo, de carácter ideológico, propagandístico. Cosa que, como sabemos, suele preceder al recorte.

 

A principios del siglo XX, el gasto en programas sociales era en Alemania de un 1,4% del PIB. 50 años después, en el Reino Unido ascendía al 15,6%. Y en 1991, el gasto medio en protección social de los dos países miembros de la Comunidad Europea era del 26%. El más alto el de los Países Bajos, con un 32.4% y el más bajo el de Portugal, con un 19.4%. Tres cuartas partes de los ciudadanos europeos se muestran partidarios con la acción estatal de protección social, que incluye la responsabilidad de asegurar una renta básica, reducción de desigualdades en los ingresos y la creación de empleo. Todo lo cual da idea de la solidez del Estado de bienestar en Europa.

La seguridad social incluye cada vez a más gente y cubre mayor número de riesgos. En el mercado de trabajo ha habido una tendencia a la equiparación de derechos entre hombres y mujeres. En muchos países, en el periodo posterior a la II Guerra Mundial, la seguridad social se extendió a los trabajadores autónomos, en línea de establecimientos de sistemas más universales. El período de 1950 a 1980 fue uno de crecimiento del bienestar y de la seguridad social sin precedentes en Europa.
La igualdad tiene, sobre todo, un componente económico
Desde hace tiempo, el modelo escandinavo, como suele denominarse, ha servido de inspiración, en mayor o menor grado, para las políticas sociales de diferentes países, que no han logrado, sin embargo, reproducir el "paraíso" sueco. En Suecia la tasa de empleo se situaba en el 73% antes de la crisis, esto es, por encima del objetivo del 70% fijado en Lisboa en el 2000 y el 71,5% de las mujeres ejerce una actividad profesional. Sin embargo, en Bélgica, por ejemplo, sólo lo hacía una de cada dos.
Constatando que la igualdad, más allá de la moral, tiene sobre todo un componente económico, que una economía moderna y competitiva necesita las mejores cabezas y manos sin mirar de qué raza o sexo son y que, en consecuencia, los niños son una inversión de futuro, en Noruega funciona el principio de que ninguna mujer debe ser forzada a elegir entre su familia y su carrera. Así, se ha conseguido que el 80% de las mujeres trabajen y, al mismo tiempo, que el 82% tengan hijos menores de 10 años. Una noruega puede optar por entre tomarse 46 semanas de baja por maternidad con el 100% del sueldo o 56 con el 80% y los hombres pueden disfrutar de otras diez con el salario íntegro. En España se conceden 16 semanas con sueldo a la madre y 15 días al padre.
Así las cosas, no parece arriesgado afirmar que las profundas raíces históricas e institucionales del Estado de bienestar, su legitimidad social y los condicionamientos de la democracia parlamentaria, hacen inviable hoy por hoy su desmantelamiento, pero sí están haciendo posible su cambio en su naturaleza, formas de intervención y concepción ideológica que se traducen en un Estado de bienestar más mixto institucionalmente, más diferenciado socialmente y más debilitado políticamente.

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