Peru Erroteta. Periodista
Si el rasgo definitorio del capitalismo es el ánimo de lucro y el de la filantropía la ausencia de interés ¿Cómo es posible aunar ambas cosas y no morir en el intento?.
Se puede argüir que, en stricto sensu, la práctica de la caridad (ayuda a los demás por amor a Dios) y de la filantropía (ayuda a los demás por humanismo) no es tal si no va desprovista de cualquier forma de interés. Cosa en la práctica rara y difícil de sostener, si se tiene en cuenta que el interés, aún de carácter espiritual, aprovecha cualquier oportunidad para realizarse. En buena lid, hasta la limosna tiene su contrapartida para el creyente, en forma de mérito para ganarse el cielo, lavado de conciencia, ejemplaridad, ascendencia social?. Aunque también es verdad que existe mucha gente en todo el mundo que da algo suyo a los demás por compasión, piedad, solidaridad o simplemente porque sí.
No es este, desde luego, el caso de los más significados referentes de la filantropía moderna y adláteres. Es cierto que un rico o una empresa pueden creer en algo y le agrada financiarlo filantrópicamente, pero también cabe que lo que se persiga con ello es, por ejemplo, publicitar una determinada marca, incrementar la relevancia personal del filántropo, promover las relaciones públicas, compensar el dolor de cualquier aportación financiera con el descuento impositivo correspondiente y así un largo etcétera que, en el caso de la filantropía profesional, de la globalización filantrópica, alcanza proporciones jamás soñadas por pioneros como Andrew Carnegie, que aparece ahora como un vulgar aficionado de la caridad interesada.
Recursos mareantes, sofisticadas tecnologías y especulación de alta gama
Sin embargo, Bill Gates y Warren Buffett, las dos personas más ricas de Estados Unidos y tal vez del mundo, se declaran admiradores del famoso ensayo de 1889 de Carnegie, "El Evangelio de la Riqueza", que se fundamenta en la premisa de que quienes tienen éxito en los negocios y adquieren gigantescas fortunas personales son mejores a la hora de juzgar como funciona realmente el mundo y, por lo tanto, están más calificados para juzgar hacia dónde deberían dirigirse los recursos.
Fiel a este enunciado Bill Gates, Buffett y una gran estela de ricos, famosos y marcas se han lanzado a por todas, con recursos mareantes, tecnologías de última generación y procedimientos especulativos de alta gama. Porque la finalidad ya no es solo gastarse lo propio, sino acaparar lo ajeno y maximizar, en fin, el beneficio, como buenos negociantes que son. Todo ello, con la pretensión de substituir el papel de los poderes públicos -que, en muchos casos, son más pobres, atrasados y, desde luego, ineficaces que la iniciativa privada- y, en definitiva de la política, por la filantropía profesional.
Todo lo cual nos retrotrae al viejo paradigma conservador que, más allá del disfraz religioso, sostiene que los seres humanos nos movemos sólo por un afán egoísta, que conduce a primar el interés individual sobre el de los demás. Hasta ahora, tal aspiración, el denominado ánimo de lucro en los negocios, se venía enmascarando con más o menos fortuna. Se hablaba de devolver a la sociedad parte de los que se le había extraído, de responsabilidad social corporativa? Nada comparado con la gran legitimación que ofrece el capitalismo filantrópico, que Bill Gates rebautizó como "capitalismo creativo", cuya finalidad proclamada es ayudar a los demás, contribuir a eliminar las plagas del hambre, la enfermedad, la pobreza?de la faz de la tierra.