El modelo sindical hoy vigente se consolida en 1945. El asociacionismo libertario había fracasado políticamente y el movimiento comunista europeo, seguidor de las consignas de la Tercera Internacional emanadas de Moscú, debía proceder a liquidar sus estrategias de asalto violento al poder, limitándose al uso de las vías parlamentarias y políticas, como ya venían haciendo las organizaciones socialistas. Se rescató entonces como alternativa el estilo de sindicalismo unionista y no revolucionario, por adaptarse mejor al nuevo escenario surgido a la conclusión de la Guerra.
En efecto, al margen de consignas, los Estados "capitalistas" europeos se comprometían, más allá de sus objetivos de seguridad y libertad, a proporcionar a la ciudadanía unos servicios existenciales mínimos. Eran Estados sociales de Derecho y sus políticas rebasaban holgadamente los viejos esquemas liberales. En verdad, se renunciaba al socialismo, pero quedaba instaurada la socialdemocracia.
El sindicalismo europeo tuvo que rediseñar sus estrategias. El objetivo final de transformar el sistema fue sustituido por el camino más realista de participar en su gestión. De luchar por la conquista del poder, para destruirlo o para ocuparlo, se pasó a configurarse como una sólida palanca de contrapoder. El sindicalismo revolucionario de clase se convirtió en un sindicalismo de conciliación. Su vocación internacionalista quedó atrapada dentro de las fronteras de cada organización nacional. Y a las retóricas proclamas emancipatorias siguió una definición modesta de los fines del sindicato: la defensa de los intereses de sus afiliados o, tal vez, de los trabajadores en general.