Los próximos meses Europa se verá enfrentada con una serie de problemas. Durante demasiado tiempo, los ciudadanos y los trabajadores europeos han reclamado por la justicia social, el diálogo social y la solidaridad que se coloquen el centro del escenarioen el momento de tomar decisiones.
Algunos de los puestos clave dentro de las instituciones europeas acaba de cambiar de manos. Tenemos un nuevo Parlamento, y tendremos en breve una nueva Comisión. Por tanto, este es el momento apropiado para la reorientación de la Unión Europea (UE) para conseguir que logre adaptar sus prioridades a las necesidades de sus ciudadanos.
El caso es que Europa pertenece a su gente y sus ciudadanos, y no a las élites financieras, económicas y políticas. La razón de ser de todas las decisiones adoptadas debe ser garantizar el bienestar de todos y una sociedad más justa y sostenible. La austeridad no está funcionando y tiene que dar paso a inversiones que generen empleos de calidad.
Las estadísticas de los últimos años muestran que nos estamos quedando muy por debajo del objetivo. Hasta ahora, hemos estado escuchando palabras tranquilizadoras acerca de la Europa social, sobre el diálogo social, y sobre la reducción de las desigualdades, pero estas palabras no han sido llevadas a la acción. Es evidente que el liberalismo económico ha ganado mucho terreno. Pero su victoria no es completa. Nuestra presencia sindical, tanto a nivel nacional como europeo, nos ha permitido frustrar las iniciativas más radicales. No se trata de abandonar el barco y tomar una actitud de "sálvese quien pueda". Muy al contrario, la prioridad número uno para la Confederación Europea de Sindicatos (CES) es proponer algunas alternativas concretas, precisas para restaurar la fe de los trabajadores en el proyecto europeo.
Frente a una crisis sin precedentes, los líderes europeos mostraron que estaban decididos a salvar el Euro, y con ella, una cierta visión de Europa. Sin duda, este esfuerzo de rescate fue importante. Sin embargo, nos deja con un saboramargo en la boca, ya que son los más pobres y más vulnerables que han tenido que pagar los platos rotos, en particular en los países menos prósperos.