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Peru Erroteta

​Proteccionismo y nacionalismo, un matrimonio bien avenido

Periodista

No es que proteccionismo y nacionalismo resulten necesariamente lo mismo. Pero, a lo largo de la historia, el proteccionismo ha ido en muchas ocasiones de la mano del nacionalismo. Muy en particular, en las dictaduras, como la de Franco, especialmente encariñadas con la autarquía, que es la forma más extrema de proteccionismo.

TRADE


Tiende a percibirse el proteccionismo como asunto de partidos o movimientos nacionalistas, más bien populistas, del que Donald Trump constituye un paradigma. Trasunto de rivalidades entre Estados-nación y el miedo al enemigo extranjero. Sin embargo, el proteccionismo va más allá. Se produce a través de la “armonización de regulaciones”, mediante acuerdos bilaterales; subvenciones a la agricultura, como los que favorecen a los productores europeos, tasas medioambientales o sociales… y, a pequeña escala, por las mil y una prácticas que dan ventaja a los negocios locales.


El historiador francés Paul Bairoch, en su obra “Mitos y paradojas de la historia económica”, sostiene que “en la historia el librecambismo es la excepción y el proteccionismo la regla”. Y, en todos los casos, han sido las autoridades políticas las que han impulsado, inducido o reglamentado el proteccionismo. 


En EE.UU., que durante décadas se ha presentado como el campeón del libre comercio, es justamente donde nació el proteccionismo moderno.


Pionero de él fue Alexander Hamilton, cuando siendo ministro de finanzas estadounidense, en su célebre “Informe sobre las manufacturas”, expuso la teoría del proteccionismo fiscal, que pone el acento en la idea de que “la industrialización solo es posible al amparo de una protección aduanera”.


Seis meses después del gran crack financiero de octubre de 1929, el Congreso de los EE.UU. votó la ley Hawley-Smoot, que elevó las tasas aduaneras más de un 59% para más de 20.000 productos. Europa respondió con el mismo arma. Esta guerra comercial fue el detonante de la mecánica infernal que hizo caer la producción en todos los países industriales.


MÁS PROTECCIONISMO DE LO QUE APARENTA


De hecho, la decisión de Trump de gravar las importaciones de acero y aluminio en los EE.UU. no es más que una prolongación de toda clase de triquiñuelas, con o sin el apellido “proteccionista”, destinadas a proteger la producción o el comercio propio. 


El mismo Barack Obama impuso en 2009 una tasa aduanera del 35% a la importación de neumáticos chinos.


La propia Unión Europea, que se vanagloria de su apertura comercial, impuso en 2013 derechos de aduana suplementarios del 47% sobre las importaciones de paneles solares chinos, argumentando, como siempre, que se hacía para proteger la industria.


Sin embargo, los gobiernos de los grandes países parecen haber aprendido la lección de los años 30, sobre lo nefasto que resulta cerrar fronteras. Las estadísticas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) han contabilizado apenas un centenar de medidas restrictivas en el último año, prácticamente dos veces menos que el anterior. Pero, según Simon Evenett y Johannes Fritz, autores del último informe de Global Trade Alert, un observatorio de comercio internacional, “el G20 mantiene una ficción diplomática: la de la domesticación del proteccionismo en tiempos de crisis (…) Obsesionados con la necesidad de evitar un nuevo Hawley-Smoot no ven, o actúan en contra, haciendo un uso generalizado de otras distorsiones”. “Y las nuevas barreras pasan sobre todo por el dinero o, más bien, por su escasez”, remacha Ludovic Subran, economista-jefe de la aseguradora Euler Hermes.


Según un minucioso análisis de Evenett y Fritz, las tres cuartas partes de las exportaciones del G20 están afectadas de uno u otro modo por las restricciones. Diez veces más de lo que dice la OMC.


Tres barreras son utilizadas frecuentemente para obstaculizar las importaciones. En primer lugar, la exigencia de inversión local. Firmo un gran contrato, si Ud. construye una fábrica aquí. Airbus abrió así su primera fábrica en China hace diez años y Boeing hizo lo mismo. Esta condición suele ser frecuente en la adquisición de trenes. Trump utiliza está vía para exigir inversiones en la América profunda a empresas europeas y chinas. La segunda barrera es la protección del capital de empresas nacionales. EE.UU. creó hace cuarenta años el CFIUS (Comité para la inversión extranjera en EE.UU.), un organismo de control de las inversiones extranjeras. Trump bloqueó así la compra de Lattice Semiconductores por un grupo chino. La tercera barrera es una especialidad americana, que consiste en condenar a empresas extranjeras por no respetar reglas nacionales, aunque sea al otro lado del mundo. “Extraterritorialidad" que es tanto un rescate impuesto a las compañías que compiten con las empresas en el país como una forma de intimidación. Cosa que hace que muchas empresas se lo piensen dos veces antes, por ejemplo, de invertir en Irán.


El proteccionismo, en fin, tiene una nueva cara. Una cara enmascarada, que será sin duda muy difícil de borrar que los simples derechos de aduana. 


Y, en cualquier caso, lo que se desprende de esta realidad es que la larga mano de la política sigue teniendo mucho protagonismo en el establecimiento de barreras proteccionistas, tras el que subyace el nacionalismo, económico y del otro. Porque, en definitiva, ya se sabe, el libre mercado, tan loado por el liberalismo, lo es hasta donde interesa. Y la propia globalización llega hasta donde empieza a chocar con los intereses particulares. 

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