jueves, 28 de marzo de 2024
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María del Rocío Bonilla Quijada

​¿Nuevo proteccionismo?

Directora del Departamento de Empresa y Economía de la Universitat Abat Oliba CEU

Durante mucho tiempo los aranceles fueron el instrumento más habitual de proteccionismo, como forma de encarecer los productos importados y así aliviar la presión competitiva que suponían para los fabricantes nacionales. Es sintomático que el organismo creado tras la segunda guerra mundial para temas comerciales incluyese en su denominación una referencia explícita a los aranceles: Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT en siglas inglesas). Y de hecho las primeras rondas de negociaciones se centraron en reducir los aranceles, con un notable éxito, por cierto.


Aranceles


Desde entonces varias razones hicieron que los aranceles vieran reducido su protagonismo. Por un lado aparecieron nuevas formas de proteccionismo, desde restricciones cuantitativas incluidas las famosas en su momento “restricciones voluntarias a las exportaciones” negociadas entre Estados Unidos y Japón (cuando era ese país el objeto de los temores de la primera potencia mundial) hasta las denominadas “políticas comerciales estratégicas” que utilizaban herramientas alejadas de la temática estrictamente comercial para favorecer a los productores nacionales: las pugnas entre Estados Unidos y la Unión Europea a cuenta de las formas de apoyar a Boeing y Airbus, respectivamente, son un buen ejemplo.


Más recientemente han ganado peso lo que el ex-director de la Organización Mundial de Comercio, Pascal Lamy, ha denominado las “políticas de precaución”, y no solo de “protección”, en forma de medidas orientadas a la protección de los usuarios o consumidores, como normas sanitarias o fitosanitarias, los debates sobre el papel de los alimentos transgénicos en el comercio internacional, entre otros. Y al llegar la crisis de 2008 muchos países, pese a las declaraciones del G20, han implementado múltiples medidas que, bajo la coartada de la necesidad de reactivación económica, contenían medidas discriminatorias entre productos nacionales e importados (ampliamente documentadas en informes como los de Global Trade Alert) generando lo que se ha denominado un “proteccionismo gris” o “proteccionismo de baja intensidad”.


HA VUELTO EL DEBATE SOBRE PROTECCIONISMO


Cuando parecía pues que los aranceles habían sido desplazados como instrumentos proteccionistas por una amplia variedad de otras medidas, la decisión en marzo de 2018 de la Administración Trump de imponer aranceles de cuantía importante inicialmente al acero y aluminio ha devuelto los debates al “proteccionismo de alta intensidad”. Son constantes las referencias a guerra comercial, represalias y similares, así como las comparaciones con la década de los 1930, en que tras el detonante que supuso el arancel Smoot-Hawley en Estados Unidos se inició una escalada de medidas proteccionistas que, para una gran mayoría de analistas, empeoró la situación de la Gran Depresión.


En una primera aproximación se podría decir que, en cierto sentido, el nuevo proteccionismo es en 2018 muy parecido al proteccionismo más tradicional, con los aranceles en primer plano.


Incluso la apelación por parte de Estados Unidos para legitimar sus medidas a razones de “seguridad nacional” en algunas industrias recuerda a los argumentos referidos a la importancia de proteger el aprovisionamiento local en materia alimentaria que se invocaba para defender la Leyes de Cereales desde 1815 en Inglaterra, contra cuya aplicación David Ricardo formuló en 1817 la famosa explicación de las ventajas comparativas en favor del comercio internacional. En otro aspecto, se trataría también de un retorno al pasado: la experiencia negativa de los años 1930 fue la que condujo a que tras la segunda guerra mundial se intentase articular un sistema comercial mundial no solo abierto, liberalizado, sino además basado en reglas multilaterales (con muchas excepciones, eso sí), que ahora se vería muy seriamente amenazado por los planteamientos unilaterales tanto de Estados Unidos como del resto de países que anuncian represalias.


Proteccionismo arancelario más unilateralismo nos retrotraen a épocas pretéritas, aparentando dar la razón a quienes insisten en la tendencia de la Historia a repetirse.


Pero la actual fase de escalada proteccionista presenta novedades asimismo interesantes, que van más allá del ámbito estrictamente comercial. Por un lado, tiene lugar en un mundo en que las cadenas globales de valor están ampliamente implantadas. Ello complica la aplicación de medidas proteccionistas: si Estados Unidos grava con aranceles una exportación procedente de China, pero en cuyo proceso de producción están presentes componentes producidos en Japón, Corea del Sur o los propios Estados Unidos, al final la medida proteccionista puede acabar penalizando más a países amigos, o incluso, al mismo país que impone el arancel, que al destinatario directo del arancel. Ello obliga a afinar más para determinar quiénes son los verdaderos perjudicados. Ello tiene asimismo una dimensión política: el listado de mercancías a represaliar por parte de China, y la lista inicial de Europa, buscaba afectar a productos que fuesen especialmente sensibles para zonas de Estados Unidos que fuesen feudos del partido del presidente Trump o de altos cargos del mismo.


TENSIONES COMERCIALES ENTRE EE.UU. Y CHINA


Por otra parte, algunos analistas sugieren que el objetivo final de las medidas proteccionistas de Estados Unidos serían de más alcance que los comerciales. Unos apuntan a que se trataría de presionar a China para que redujese o eliminase las exigencias de joint ventures entre empresas extranjeras y socios chinos, percibidas a veces como una forma de acceder a secretos o propiedad intelectual. Otros se refieren a que la preocupación de Estados Unidos no sería tanto las importaciones baratas que, al fin y al cabo, llevan décadas existiendo y han beneficiado a la economía norteamericana abaratando costes de bienes de consumo e inputs intermedios, sino las perspectivas de futuro de una China que, tal como explicita la estrategia Made in China 2025, estaría buscando posiciones más destacadas en sectores estratégicos de futuro incluyendo la robótica y la inteligencia artificial.


Se argumenta que, de la misma forma que el control de las tecnologías de la primera Revolución Industrial determinó el mapa de poder desde principios del siglo XIX, cuando Inglaterra y Europa ascendieron y China perdió posiciones, ahora también quien dominase la Nueva revolución industrial, denominada a menudo la Cuarta, asociada a esas innovaciones acabaría asimismo ascendiendo a la hegemonía. Esa sería la pretensión china que Estados Unidos trataría de estar dificultando.


Esta dimensión del conflicto comercial vinculada con la pugna por la hegemonía mundial está dando alas a las interpretaciones en términos de la Trampa de Tucídides. 


Un estudio liderado por el profesor de Harvard Graham Allison ha sistematizado las experiencias de varios casos en la Historia de tensiones entre una potencia hegemónica instalada y otra que aspira a relevarla. La denominación del estudio hace referencia a la forma en que el historiador griego Tucídides explicaba la inevitabilidad de la guerra entre Esparta y Atenas, cuando el ascenso de la segunda exacerbó los temores de la primera de ver erosionada su hegemonía.


Esta dimensión geoestratégica de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China parece innegable, siendo el principal debate si a estas alturas del siglo XXI se puede haber aprendido lo suficiente de la Historia como para evitar males mayores. Además de las lecciones de la Historia, la realidad de intereses entrelazados en un mundo global apuntaría a la conveniencia de llegar a soluciones razonables de compromiso. De nuevo nos encontramos ante un conflicto entre la racionalidad económica de intercambios mutuamente ventajosos y alguna lógica de pugna por el poder (casi) a cualquier precio. Los conflictos comerciales y las tentaciones proteccionistas son una manifestación de estas tensiones cuyo devenir deberemos seguir con atención.

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