Barcelona se ha convertido en uno de los mayores centros turísticos a nivel mundial. A pesar de las molestias en aquellas zonas de la ciudad más saturadas de turistas en busca de experiencias, es evidente que su impacto sobre la ciudad va mucho más allá de sus efectos negativos. Además, un evidente fracaso, como lo es el elevado nivel de desempleo existente, debería convertir a la industria turística, intensiva en mano de obra, en uno de los sectores a mimar de la economía local.
También es cierto que la cadena de la oferta turística emplea trabajadores relativamente peor pagados que otros sectores. Pero si esos otros sectores no son capaces de crear nuevo empleo, no deberíamos despreciar la oportunidad que ofrecen los viajeros globales. Además, el impacto económico total de visitantes no beneficia únicamente a hoteles, restaurantes o museos. También tiene un impacto directo sobre sus proveedores, que podría aprovecharse para priorizar la adquisición de alimentos y bebidas a productores locales. Por otra parte, también existe un impacto inducido por la industria turística, como el gasto realizado por parte del personal de hoteles y restaurantes, y por los de la cadena de suministro.
Evidentemente, a los costes en forma de molestias por el ruido y las aglomeraciones, habría que sumar los costes ambientales de eliminación de residuos, el uso del agua y la contaminación generada por el transporte y la producción de electricidad.