Las imágenes nos llegan cada día a nuestras casas a través de la televisión, son pantallazos de niños llorando, de madres con miradas perdidas y hombres con la desesperación en sus caras. Mientras, los que estamos al otro lado de esa pantalla comemos o cenamos tranquilamente y, entre bocado y bocado, se nos escapa un inexpresivo reproche: ¡Pobre gente, no hay derecho a lo que están pasando!