Xavier Puigdollers Noblom. Profesor de Derecho Civil de la UAO
En los últimos meses la prensa informa sistemáticamente de los muertos en el Mediterráneo, de los naufragios de pateras, de los centenares de personas que pugnan por entrar en Europa, de las vallas que se alzan para evitar que entren, de las reuniones gubernamentales para encontrar soluciones. De ser noticia sorprendente, se ha convertido en una dura realidad permanente. La muerte y la vergüenza deambulan por Europa.
Los términos asilo, desplazados, emigrantes, refugiados, siendo aún técnicos se han convertido en familiares.
Contemplamos sorprendidos y atónitos una situación que nos parece extraña, lejana y ajena a nuestra realidad, aunque lo cierto es que está más cerca de lo que apreciamos y es más dramática y temible de lo que consideramos. Nos hemos olvidado de los conceptos de persona y de dignidad; de derechos y de respeto.
Contemplamos fotos de rostros sufriendo y retenemos la imagen del niño Aylan Kurdi, muerto en la playa, lo que nos recuerda a la niña Kim Phuc corriendo, hace medio siglo, huyendo del napalm. El tiempo ha cambiado, el paisaje también, pero el horror de la guerra es el mismo y el sufrimiento que produce no cesa. Al contrario, crece y amenaza en hacerse endémico y destruir la civilización actual.
La realidad de la guerra ha acompañado desde tiempos remotos a la humanidad. Diversas han sido las causas que originaron las violencias. Podían ser personales o sociales, individuales o comunitarias, pero el recurso a la fuerza, la voluntad de aniquilar al enemigo, de apoderase de sus bienes o destruir los poblados, los sembrados, el ganado y, llegado el caso, a mutilar, matar o esclavizar al vencido era lo habitual. Violencia y destrucción en la antigüedad. Violencia y destrucción en la actualidad.
En los mismos lugares en donde hoy residen las principales causas de los conflictos, se originaron normas que regulan las guerras y recomiendan o prohíben las violencias innecesarias, y prescriben el respeto a los ancianos, los niños y las mujeres. Las antiguas Persia, Babilonia, Egipto, Siria, Palestina, fueron tierras teñidas de sangre, con normas que quedaron para la historia como el origen del respeto a los que no participaban en el combate. El Derecho no ha quedado al margen de las guerras y se ha ido adecuando a las nuevas realidades para proteger, en lo posible, a los pobladores de los lugares que las sufren. Queda la duda del cumplimiento de dichas normas.