
Milagros Fernández
Machaconamente, los altavoces del sistema vienen magnificando las excelencias de la formación profesional y, en consecuencia, la necesidad de adaptar la enseñanza a las demandas laborales de las empresas. En tal sentido, poco o nada interesa a las clases dominantes el fracaso escolar. Por el contrario éste, bien administrado, puede resultar muy rentable, en la medida en que contribuye a reservar la "instrucción práctica" a los niños de las clases populares, destinados a reproducir su fuerza de trabajo.
Desde los años 40 del pasado siglo, el neoliberalismo viene proclamando el crecimiento económico como objetivo prioritario, el incremento de la tasa de ganancia, la reducción de los costes salariales, la contención del gasto público social y la "flexibilización" de la mano de obra, que incluye no solo facilidades para contratar y despedir, sino la idea de promover una formación que responda a las demandas del mercado laboral.
Efectivamente, desde la perspectiva individual, la educación constituye un requisito imprescindible para el empleo. Existe una correlación íntima entre el derecho a la educación y el derecho al trabajo y, en consecuencia, entre la política económica y la política educativa. En tal sentido, el neoliberalismo no oculta, sino todo lo contrario, su intención de formar "productores" en detrimento de la formación de las personas como ciudadanos. Eso sí, procurando que los de abajo sigan reproduciéndose como fuerza de trabajo barata y los de arriba continúen beneficiándose de los mejores empleos.