jueves, 28 de marzo de 2024
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Mathilde Unger

El dinero y el resto

Profesora universitaria en La Soborna


No todo está a la venta. Sin embargo, parece que las leyes del mercado, poco a poco, invaden dominios que hasta ahora les estaban prohibidos: la amistad, la justicia, la enfermedad e incluso el amor. Michael Sandel señala estas derivas y se pregunta sobre la forma de preservarse del efecto corrosivo del dinero.


Enventa


Desde los años 80, los principios de la economía de mercado han, según el autor, conquistado dominios protegidos como la cultura, el deporte o la educación. El libro constata esta tendencia relatando hechos a veces divertidos y a menudo aterradores, aparecidos en los periódicos o en trabajos científicos. Sabemos así que es posible permitirse una caza de rinocerontes, compensar la emisión de CO2 producida por su vuelo Londres-Nueva York mediante una donación a un parque eólico mongol en la página web de la British Airlines, que se puede recurrir a theperfecttoast.com para escribir nuestras palabras de matrimonio o a una sociedad china para redactar cartas de excusa personalizadas. Todo ello con la condición de pagar. Nos enteramos también de que una asociación caritativa ofrece dinero a jóvenes drogadictos para ser esterilizados en Carolina del Norte o que el seguro de vida de empleados contratados sin su conocimiento ha reportado unos 300.000 dólares a una cadena de supermercados. Noticias que podrían parecer anecdóticas y repetitivas, pero que Sandel juzga sintomáticas de nuestra época.


La separación de esferas: cuestión de justicia


El libro no sigue la constante de que el dinero es ahora ley. Le opone la necesidad de proteger ciertos objetos y relaciones en una esfera moral dirigida por otras normas que las del mercado. Sandel ha construido su pensamiento a partir de una crítica "comunitarista", confiando a la política la misión de promover la buena vida y no solo de garantizar derechos. Su diagnóstico evoca en tan sentido otra tradición filosófica: la crítica marxista de la "mercantilización del mundo", acusada de reducir las relaciones entre las personas a las relaciones entre mercancías. Cuando la lógica del mercado se aplica a bienes no materiales (la procreación, las políticas de inmigración, la justicia penal) nos dice Sandel, calcula las preferencias individuales sin tener en cuenta ni el valor de esas preferencias ni de los bienes preferidos. Cuando Peanut Butter recubre con 5.000 frascos de mantequilla de cacahuete "Skyppy" para hacerse publicidad, estamos tentados de deplorar, en esta misma vena marxista, la desaparición de la cultura por la acumulación incesante de objetos consumibles. Pero la finalidad de libro no es condenar la violencia de las relaciones sociales que contiene la economía mercantil o de revertir la ilusión sobre la que reposa la felicidad de las sociedades de consumo.



Parece que las leyes del mercado, poco a poco, invaden dominios que hasta ahora les estaban prohibidos: la amistad, la justicia, la enfermedad e incluso el amor



Sandel es autor de importantes obras sobre la justicia distributiva y esto se deja sentir. Se interesa, ante todo, por los principios que gobiernan la distribución de recursos, de servicios, de derechos. De todo eso que Michael Walzer denomina bienes sociales: "El conjunto de los bienes sociales constituye por así decirlo una esfera distributiva en el interior de la cual solo ciertos criterios y dispositivos son apropiados". Sandel parece partir de este marco teórico cuando reivindica separar claramente los criterios de la esfera mercantil y de la moral, definida por el valor intrínseco que los miembros de una comunidad deberían acordar a ciertos bienes y ciertas acciones. La justicia, comprendida como adecuación entre las normas y la naturaleza de los bienes que administra, está amenazada cuando el marco se impone en las esferas que no le corresponden. Esto es lo que sucede cuando los padres compran la admisión en Princeton de su niño. Substituyen el principio distributivo por otro, en este caso el mercado del talento.


Este libro quiere poner límites, y todas las historias que cuenta resuenan como alarmas activadas por sus numerosas transgresiones. El primer capítulo se inscribe explícitamente en una reflexión sobre la justicia al comprar el mercado a los principios distributivos concurrentes, como el de la cola de espera. Este modo de reparto de bienes, "primer llegado, primer servido", tiene la ventaja de ser más igualitario que otros. Una cola se forma, por ejemplo, desde la mañana ante las ventanillas del New York City’s Public Theater, donde se distribuyen entradas gratuitas para ir a ver una pieza de Shakespeare, representada esa misma noche en Central Park. Las representaciones son muy demandadas y el teatro escoge como criterio de reparto la cola de espera, menos discriminatoria y más legítima que el dinero. Sin embargo, el New York Daily News releva que quienes no quieren hacer cola pueden encontrar en Craigslist a alguien que haga cola por ellos por 125 dólares. Estos "hacedores de colas" de pago son algo corriente en los aeropuertos, parques de atracciones e incluso en urgencias de algunos hospitales. En todos los casos, la ética de la cola de espera es suplantada por la del mercado y el dinero aparece como criterio de distribución allí donde otro principio había fallado.


Estos ejemplos invitan a discutir sobre los criterios adecuados para distribuir los bienes ¿Hay que dejar hacer al mercado, favorecer a los más pacientes, recompensar a los meritorios? Se le podría oponer una teoría deseosa de corregir las desigualdades producidas por estos criterios afirmando que son los más ricos quienes finalmente dispondrán de las entradas al teatro, incluso gratuitas, y que llevarán a sus niños a las mejores universidades. Pero Sandel parece salirse de la reflexión sobre la justicia cuando se trata de ciertos bienes. Si se rechaza aplicar las leyes del mercado a la adopción de niños, por ejemplo, no es porque tal cosa no sería igualitaria y porque los más pobres se verían obligados a vender sus hijos a los más ricos.Para responder a las demandas de adopción, el mercado sería más eficaz que el sistema actual, según Richard Posner, dado que las agencias de adopción, que ejercen un casi monopolio sobre la oferta de niños, están sometidas a reglas muy estrictas, concretamente en sus transacciones con los parientes biológicos. La oferta es muy inferior a las solicitudes de adopción y las agencias seleccionan arbitrariamente los padres adoptivos. Incluso crear una penuria de niños en adopción y promocionan el mercado negro. Pero hay otra razón para no dejar todo esto a merced del mercado. Una razón que nos hace salir del terreno de la justicia para entrar en el campo de la moral.



"La corrupción tiene otro sentido que el de sobornar". Corromper un bien o una práctica social es degradarla, no considerarla en su justo valor



El efecto corrosivo del mercado: una cuestión moral


Esta distinción constituye el corazón argumental del libro. La lógica del mercado discriminaría a los personas en su acceso a bienes y derechos fundamentales. Ello implicaría situaciones inaceptables como la venta de niños o de órganos como medio de vida de los más pobres. Pero no es por esta razón que resulta inmoral dejar hacer al mercado. Sandel opone a esta primera objeción (fairness objection) un argumento que se fundamenta en la idea de corrupción.


"La corrupción tiene otro sentido que el de sobornar". Corromper un bien o una práctica social es degradarla, no considerarla en su justo valor. Cuando Barbara Harris, fundadora de la asociación caritativa "Project Prevention" ofrece 40 dólares a una keniana seropositiva para esterilizarle, no corrompe la procreación en el sentido de que se realiza fuera del circuito legal sino porque trata a esta mujer como una máquina de fabricar niños dañados y su aparato reproductivo como un medio de ganar dinero


"La objeción basada en la equidad se preocupa por la distribución de los bienes. Por el contrario, el argumento de la corrupción se interesa por la naturaleza misma de los bienes y las normas que deben gobernarlos". Esto implica, de una parte, identificar los bienes que tienen este carácter sagrado y por esa razón deben escapar a la lógica mercantil. Esto sugiere que si las leyes del mercado se aplican a estos bienes no solamente se substituye un principio distributivo por otro sino que se degrada el objeto. Se altera su naturaleza y se le arrebata su carácter sagrado. Esto explica las ambiciones que parecen estructurar el libro: identificar estos objetos y mostrar los daños que les producen las normas mercantiles cuando se les aplican a ellos.


Corrupicon


Desarrollar ejemplos y compararlos permiten a Sandel establecer con precisión en que momento el mercado toca un objeto que debería escapársele. Kendal Morrison, un newyorkino enfermo de SIDA ha vendido su seguro de vida a un investigador de Michigan para comprarse sus medicamentos, hasta su muerte, que se considera inminente. Entretanto, la medicina progresa y un tratamiento le permite un estado casi estable. Recibe regularmente una carta de Michigan preguntándole cada vez con más insistencia si sigue vivo ¿Qué nos inquieta de esta historia? ¿Sus consecuencias? ¿La posibilidad para tales inversores de hacer lobby para frenar la investigación médica? No solamente. Estos métodos permiten a los enfermos obtener dinero necesario para curarse, cosa que no hubieran podido hacerlo de otro modo ¿Nos choca el hecho de que inversores abusen de un pobre enfermo? Las enormes sumas apostadas en París sobre la muerte de Margaret Thatcher o Muhammad Ali también nos molestan. Y esto ocurre porque la vida y la muerte son bienes que deben escapar por sí mismos de tales transacciones.


La segunda investigación señala el efecto corrosivo del mercado sobre bienes que gestiona y el impacto causado por el principio mercantil sobre la esfera moral. Para defender esta propuesta, Sandel se apoya sobre todo en el estudio de las motivaciones (incentives). Dos economistas israelíes plantean la siguiente cuestión: si se confía a unos estudiantes de secundaria la misión de colectar dinero por una buena causa, ofreciendo a los tres grupos una recompensa distinta (el primero gratuidad, al segundo un 1% de la suma recogida y al tercero un 10%). ¿Qué grupo vendría con más dinero? Sorprendentemente, el grupo que actuaría gratuitamente, seguido del que le han prometido un 10% y tercero el del 1%. Del mismo modo, abogados de renombre aceptan defender gratuitamente a acusados sin recursos pero nunca lo harían por una pequeña suma de dinero. Estas reacciones revelan que ciertas motivaciones escapan a la lógica del mercado y sobre todo que el incentivo financiero contamina la acción moral. Las motivaciones extrínsecas (una recompensa) se substituyen por motivaciones intrínsecas a la moralidad. Los padres que pagan a sus hijos por ser educados o aplicarse en la escuela no añaden dinero a su motivación, la transforman.


La economía en cuestión


El tercer capítulo está consagrado a esta tesis: el estudio económico de las motivaciones solo responde a la lógica del mercado. Sandel deplora este efecto y acusa a la economía de falta de especificidad sobre las motivaciones morales. Las funciones utilitaristas fracasan a la hora de explicar porque los candidatos a donar sangre son menos numerosos cuando se les remunera. La ley de la rareza no se aplica a las virtudes cívicas. Dar pruebas de altruismo, por ejemplo, no acaba agotando un lote finito de recursos morales. Desde un punto de vista etimológico, Sandel critica este reduccionismo científico. Desde un punto de vista moral, desvela los efectos de la economía sobre nuestros comportamientos, concretamente cuando pretende que el mercado no altera los bienes que gobierna. Sandel sostiene, por el contrario, que colocar un producto en el mercado no es neutro para el producto, que modifica su valor y deja su impronta en las normas sociales, en virtud de que lo que Fred Hirch llama "comercialization effect", que explican los efectos negativos de la comercialización en los intercambios informales o altruistas. La pretensión de la economía de operar fuer de los objetos de estudio tradicionales, concretamente nuestras acciones morales sobrentiende que la maximización de nuestras utilidades individuales constituiría siempre el último resorte de nuestros comportamientos y tendría como efecto promover el espíritu mercantil.



Determinar si existen acciones desinteresadas o bienes particulares que escapan intrínsecamente a las leyes del mercado no es suficiente para identificar los principios y regularlos



La distinción entre estos dos argumentos aparece un tanto confusa en el libro ¿Se trata de mostrar que ciertas cosas escapan al principio de utilidad económica o de limitar el mercado en ciertos ámbitos? Privilegiar la búsqueda de utilidad como resorte explicativo de nuestros actos puede tener un impacto sobre nuestros espíritus e influenciar nuestra visión del mundo. Pero establecer que un tipo de motivaciones escapan a la descripción económica no es suficiente para probar la existencia de motivaciones puramente morales. ¿Y si el estudiante desea forjarse una imagen de filántropo entre sus compañeros? ¿Y si el abogado se complace en la gratitud que le testimonian sus clientes cuando los defiende gratuitamente? No es el fracaso de la economía en rendir cuentas de las razones de nuestros actos que justifica acordar valor a esos actos.


Criticar la economía, como disciplina unificada, no es el medio más eficaz para imponer límites al mercado. Queriendo proteger los bienes, Sandel se plantea dos cuestiones que deben distinguirse: que es o no una mercancía y que no debería serlo. Determinar si existen acciones desinteresadas o bienes particulares que escapan intrínsecamente a las leyes del mercado no es suficiente para identificar los principios y regularlos. Una comunidad política puede decidir confiar la gestión de los recursos o la garantía de los derechos a un poder público que tiene como objetivo el interés colectivo, sin codificar la naturaleza de los bienes no mercantiles o las acciones morales, porque de lo que se trata de oponer un contrapoder al mercado y no de proteger lo que se escapa intrínsecamente a las leyes económicas que lo describen. En cualquier caso, son los trabajos de un economista que han sido recientemente recompensados por haber descrito modelos de gobernanza alternativos a la ley del mercado.


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