En la sociedad industrial las cosas de clase estaban más claras. Arriba se situaban los ricos, generalmente dueños de las empresas, a los cuales se les llamaba "burgueses" y al otro lado los obreros, trabajadores por cuenta ajena, el proletariado, que solamente poseía su fuerza de trabajo, y aún por debajo de ellos aparecía el lumpen, integrado por sub-ocupados, buscavidas y afines. En medio, la "pequeña burguesía, conformada sobre todo por comerciantes, pequeños propietarios rurales, profesionales, rentistas?, dueños de los medios de producción, pero sin suficientes recursos para escalar al mundo de los millonarios. Luego, al hilo de los cambios en la producción y el consumo, todo cambió y los sociólogos se apresuraron a confeccionar nuevas etiquetas.
Entre ellas alcanzó gran popularidad la de "clase media", hasta el punto de que podría llegar a morir de éxito. "Si se le pregunta a la gente a qué clase cree pertenecer, la respuesta, en general, es que a la clase media", afirma la socióloga Marina Subirats. "Y cuánto más se pierde la conciencia de clase más aparece esto, por un efecto clarísimo: siempre se conoce a alguien que tiene más dinero, más poder? y a quien tiene menos. En consecuencia, estamos en el medio. Cosa que actúa como elemento tranquilizador pero que, en el fondo, es una falacia, porque no responde a un hecho científico sino a lo que la gente quiere creer".
"Hay una clase media, que en Europa es bastante numerosa y que ha tendido a crecer", reconoce Subirat. "Pero la utilización que se hace del término también responde a una estrategia política. Sentirse de clase media parece conllevar que ya no hay nada que revindicar, que los que se reclaman de ella también tienen algo que perder y porque siempre es más cómodo sentirse del lado del ganador, del triunfador".