La clase media es el verdadero rostro de la sociedad occidental. En un mundo globalizado sólo la clase media distingue los Estados llamados desarrollados del resto. Los países dejan de ser pobres no por el puesto que ocupan sus millonarios en el ranking de los más ricos (de ser así, México, Rusia o la India estarían a la cabeza del mundo dada la fortuna de algunos de sus ciudadanos), sino por la extensión de su clase media. Pues bien, parece que la clase media está en peligro o, al menos, en franca decadencia. Esa es la opinión de muchos sociólogos y economistas, opinión que se ve contrastada por datos estadísticos incontestables.
Hasta ahora, lo que nos dice la memoria histórica, prácticamente desde la época de la Revolución Francesa, es que cada generación ha vivido mejor que la anterior. Nuestros tatarabuelos pudieron librarse de la pesada carga de su vinculación de por vida a la tierra y a los señores y vivir como trabajadores libres. La emigración a las ciudades permitió a muchos campesinos tener -al menos teóricamente- nuevas oportunidades como obreros industriales. Los hijos de muchos de esos trabajadores mejoraron sus condiciones sociales y económicas y algunos de ellos accedieron a puestos especializados con mejores salarios en la industria y los servicios. A su vez, sus hijos pudieron acudir a las universidades, prosperar y engrosar las filas de las clases medias.
Pero ahora muchos de los hijos de las clases medias o no encuentran trabajo o los que encuentran son de poca calidad con salarios insuficientes (y apenas tienen perspectivas de acceder a unas viviendas que han llegado a tener unos precios disparatados y prohibitivos). A escala global es suficiente con destacar que en Estados Unidos el criterio que actualmente prevalece de cara a la opinión pública de cara a determinar la pertenencia a la clase media ya se considera que es un trabajo seguro.
Las nuevas generaciones vivirán peor que sus padres
Es decir, los hijos de las clases medias, de muchas familias que aún mantienen vivo el recuerdo de la movilidad social ascendente experimentada respecto a unos abuelos que eran campesinos o trabajadores industriales, ahora se encuentran ante un horizonte de movilidad descendente. Afirmar a simple vista que, por primera vez desde la II Guerra Mundial, las nuevas generaciones vivirán peor que la de sus padres podría parecer osado. Nunca tantos jóvenes estudiaron en el extranjero, viajaron tanto o prolongaron tanto su formación. Pero se trata de una sensación de riqueza ilusoria, apegada al vínculo familiar. Bastantes de ellos van a prolongar considerablemente la edad durante la que dependerán de sus padres y si se independizan saben que vivirán peor que sus padres, en viviendas inferiores y con un nivel de vida diferente.
La clase media, bastión dominante de las democracias occidentales y del capitalismo liberal desde mediados del siglo XX, contempla hoy como se está creando una nueva casta de profesionales altamente remunerados, mientras que el grueso de la clase media se proletariza, abriéndose una brecha cada vez más amplia entre uno y otro segmento. Lo que hasta hoy calificábamos como clase media (comerciantes y empresarios pequeños y medianos, profesionales liberales, funcionarios, y trabajadores con empleos fijos y razonablemente remunerados) sigue siendo dominante en la generación de los babyboomers (los nacidos en los años cincuenta y sesenta). Pero la generación posterior, calificada ya como babyloosers (niños perdedores), aun teniendo un nivel de formación mucho más alto, no está consiguiendo acceder a los niveles de renta, de bienestar y de seguridad del que (todavía) gozan sus mayores.