Que la recesión ha empobrecido y, por tanto, reducido la clase media valenciana es un hecho constatable. El desempleo y la precariedad laboral han creado una nueva subclase social, conocida como "los pobres de corbata", ciudadanos que hasta hace poco disfrutaban de una vida normalizada y que, tras perder el empleo y las prestaciones familiares, subsisten ahora gracias a la ayuda de las asociaciones asistenciales.
Érase una vez un país en que el partido en el poder logró domeñar la voluntad electoral de una población que, a cambio de ensoñaciones irrealizables, le otorgó mayoría tras mayoría las riendas de las instituciones. Y con las rentas de la clase media valenciana, los presidentes Zaplana y, principalmente, Camps financiaron su particular estado del bienestar, que se plasmó en megaproyectos que situarían a la Comunitat Valenciana en el centro del universo.
Así, cuando Camps y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberà se exhibieron un día en el circuito de Cheste con un flamante Ferrari azul descapotable, enviaron un doble mensaje a sus conciudadanos: Somos los reyes del Universo o del mambo- y con nosotros -y vuestros votos- podreís compartir nuestro paraíso.
Cegados por el poder del dinero
Eran aquellos los tiempos del enriquecimiento fácil, de la especulación inmobiliaria, que convirtió de la noche a la mañana a honrados agricultores en acomodados ciudadanos tras vender a precio de oro sus campos de naranjos en los que se proyectaron -muchos no llegaron a construirse- miles de pisos, apartamentos y urbanizaciones. Sus hijos, cegados por el poder del dinero, abandonaron las aulas ante el reclamo de los sueldos que ofrecía el "boom" de la construcción. La alternativa que ofrecía la llamada globalización neoliberal no era nada atractiva: Convertirse en universitarios para mayoritariamente entrar a formar parte de la clase mileurista.
Y en eso llegó lo que nadie preveía. La misma globalización neoliberal derribó cual castillos de naipes los que se consideraban sólidos pilares del sistema financiero valenciano. Bancaja, la CAM y Ruralcaja desaparecieron y el Banco de Valencia fue absorbido por La Caixa. La crisis financiera se transformó en crisis económica, pinchó la burbuja inmobiliaria y dejó tras de sí edificios sin terminar, constructoras quebradas y miles de trabajadores -muchos de ellos jóvenes sin ninguna cualificación ni estudios- sin el sueldo con el que seguir pagando pisos, coches y algunos lujos de nuevos desclasados.