Salvador Gutiérrez Solís. Escritor
Esta crisis interminable ha borrado de la faz de la tierra a un sinfín de gobiernos y de líderes políticos, de uno y otro signo. Los ciudadanos han culpabilizado a sus mandatarios de los estragos causados por la situación económica y por las medidas que han llevado a cabo para combatirla.
Una crisis que ya dura demasiado, ya no es esa brecha inesperada en la estadística, es una tendencia, claramente marcada. Una tendencia que están aprovechando para construir una nueva realidad, básicamente europea, más preocupada por recuperar el pulso de las cifras que por la calidad de vida de los ciudadanos. La fiesta se acabó, nos repiten, una fiesta que eran nuestros derechos más esenciales, nuestra educación, nuestra sanidad, las políticas sociales en su conjunto. Conquistas que costaron años de lucha y de consenso y que ahora son el estorbo, el lastre de esa supuesta obesidad que nos ha asfixiado. Tiempo de liposucción, el que más se esmera con el bisturí, el que más frialdad exhibe, el que recorta y recorta, tiene su premio garantizado en la tómbola de los mercados.
En este contexto, lo que parecía un dominó en caída libre, como ese que nos muestran los informativos cada poco, ese nuevo récord mundial, ha encontrado su primera gran excepción. Le ha ido muy bien a AngelaMerkel en las últimas elecciones alemanas, muy bien, mejor incluso de lo que ella misma esperaba. Ha rozado la mayoría absoluta, enviando a los liberales al limbo, cuando no al infierno, de la representación parlamentaria. Puede que se hayan quedado sin espacio ideológico, ya que no me cabe en la cabeza una derecha más derecha que la proclamada por Merkel, ¿Queda derecha tras ella? Los resultados parecen indicar que no. Una idea, un titular, se ha repetido con insistencia tras la victoria de la política alemana: El triunfo del pragmatismo.