viernes, 29 de marzo de 2024
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Javier Paniagua. Catedrático acreditado de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED

Los politólogos e historiadores han analizado las circunstancias del nacimiento de los partidos políticos desde la Revolución Francesa y su evolución a lo largo de los siglos XIX y XX en Europa y EEUU. Pero no es hasta la consolidación del sufragio universal, masculino primero y femenino después, cuando podemos referirnos a los partidos modernos que tienen su expansión al filo del siglo XX. Son ellos los que han posibilitado el tránsito de un sistema parlamentario censitario, donde solo los que tenían un nivel de rentas u ostentaban un cargo significativo tenían derecho al voto, a uno plenamente democrático. Y así se ha valorado la acción de los partidos como elemento necesario para democratizar las sociedades: son ellos los que han encauzado las distintas opciones ideológicas y las estrategias parlamentarias o de gobierno que se dirimen en un marco estatal o nacional.

De todas formas, en las distintas fases históricas por las que han pasado los partidos, siempre han surgido voces críticas o contrarias a su funcionamiento. En el caso de España los movimientos anarquistas y carlistas han influido sobre las mentalidades de muchos ciudadanos en el rechazo a los partidos. Unos, los anarquistas, por negar que a través de la política, como pretendían los socialistas, pudiera alcanzarse la liberación de una sociedad dominada por la jerarquía social y el capitalismo, y otros, los carlistas, porque negaban el sistema liberal de representación aunque lo utilizaron en distintas elecciones como medio para defender sus tesis. Y es que una de las características de los regímenes liberales, y posteriormente democráticos, es aceptar representación de aquellos que quieren cambiar o cuestionar el orden establecido. En algunas circunstancias estas posturas han conducido a destruir los sistemas democráticos, como ocurrió en la época de los fascismos y cuando socialistas o comunistas consideraban las elecciones solo un medio para abolir la sociedad de clases que se traducía en una representación política dominada por banqueros y propietarios de las grandes corporaciones.

Podemos establecer cuatro etapas en la evolución de los partidos en Europa. En la primera son meras uniones de parlamentarios que se reúnen porque descubren afinidades de planteamientos, pero no existe una organización aquilatada entre ellos. Es lo que ocurriría desde finales del siglo XVIII hasta el último tercio del siglo XIX. Después, en la segunda etapa, desde el último tercio del siglo XIX hasta el final de la II Guerra Mundial, la ampliación del sufragio conduce a nuevas organizaciones que, al principio de manera poco estructurada, se presentan a las elecciones y obtienen alguna representación.

En 1968, una nueva generación cuestiona el sistema social y político

Es la época en que los parlamentos está divididos en dos grandes grupos que controlan los procesos electorales, conservadores y liberales, que se reparten los gobiernos: Disraeli y Gladstone en Gran Bretaña, o las dos fuerzas prioritarias de la Restauración en España, por ejemplo. A ellos que se unirán de manera marginal los socialistas, laboristas o los socialdemócratas alemanes (SPD) que pondrán las bases de las organizaciones políticas de masas durante el primer tercio del siglo XX a las que también se acogerán las formaciones conservadoras, modernizando sus estructuras tradicionales.

Entre la I Guerra Mundial y la II los partidos sufren por la derecha y por la izquierda la descalificación de su funcionamiento. Se cuestiona el régimen parlamentario por ineficaz, dominado por unos políticos que apenas resuelven los problemas sociales y sólo buscan su propio interés. El Parlamento se convierte en el centro de la política y los gobiernos se articulan en función de pactos que se rompen con facilidad, con la consiguiente caída de los gobiernos. Los fascismos y los socialismos consideraban que el sistema liberal de representación era una farsa. Aquellos por su crítica a la desmembración nacional que provocan los políticos, y comunistas y socialistas porque mantenían que el capitalismo está agotado en medio de la crisis económica de los años 30 y es necesario renovarlo por formas de propiedad colectiva que eliminen las clases sociales.

La tercera etapa comenzaría después de la II Guerra Mundial. Es el momento de la consolidación del Estado de Bienestar que se extiende por la Europa Occidental, EEUU, Australia y Canadá. La época de la descolonización de los países asiáticos y africanos en medio de una competencia política, propagandista y militar de los dos grandes bloques. El occidental, donde se defiende la libertad económica, las elecciones libres o los sindicatos independientes, y el comunista o de economía planificada en torno a las naciones que forman la URSS y la Europa del Este, con gobiernos de partido único.

Los grandes partidos de masas, a izquierda y derecha, promocionan estabilidad política al mundo desarrollado y ya no se discute el sistema liberal de representación. Los partidos conservadores, la democracia cristiana, liberales y socialistas aceptan las reglas del juego político en medio de un desarrollo económico sostenible que proporciona prestaciones sociales -sanidad, educación, subsidios de desempleo y pensiones- a la inmensa mayoría de la población. Es el Gobierno el que tiene el empuje de las decisiones políticas y los parlamentos quedan en un segundo plano con el objetivo prioritario de sostener los gobiernos.

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