viernes, 29 de marzo de 2024
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Peru Erroteta. Periodista

Peru Erroteta. Periodista

Con Franco no había partidos. Había un solo partido que, para más inri, ni siquiera podía ser denominado así. Fue bautizado con el nombre de "Movimiento", así, con mayúscula, aunque oficialmente se denominaba Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS). Una aberración conceptual que mezclaba churras falangistas con merinas requetés, más un toque sindicalista. Un trabalenguas digno, como no, de una dictadura de armas tomar.

El franquismo, siguiendo la estela reaccionaria de quienes en Europa y EE.UU. se oponían a los partidos argumentando que atentaban contra la unidad nacional, manifestó contra ellos una especial virulencia porque, a juicio de su propaganda, no eran más que construcciones de la masonería y el comunismo para destruir España. Y así, durante más de 40 años, los españoles pasamos, de espaldas al mundo, por la triste experiencia del gran oxímoron de partido único, que diciendo ser "parte", como su nombre indica, es en realidad "todo" porque ocupa sin competencia todo el espacio político.

Y, claro, si los partidos son expresión de una sociedad plural, con intereses divergentes y hasta antagónicos, la función del partido único era la de favorecer determinados intereses en detrimento de otros. Así, tras su fachada paternalista, el partido único no era otra cosa que una exclusiva herramienta al servicio del propio régimen y sus beneficiarios. Una maquinaria muy bien engrasada en fin, de producir privilegios y corrupción que aún pervive en nuestros días.

En consecuencia, nada tiene de extraño que el acontecimiento quizá más significativo de la caída de la Dictadura fuera precisamente la restauración del sistema de partidos políticos. En realidad, casi un trámite de homologación democrática pero percibido, sin embargo, como un hecho de naturaleza revolucionaria por mucha gente. Por fin, podíamos asociarnos libremente en función de nuestras ideas, intereses y aspiraciones que, desde luego, no eran iguales para todos.

El bipartidismo se está agotando

Así, empezamos a experimentar en carne propia lo que cuesta un peine? en el libre mercado de la política. Porque una cosa son los modelos teóricos que, como el papel, casi todo lo aguantan y otra las realidades cotidianas. Como no podía ser de otro modo, el sistema español de partidos se construyó en base a símiles homologados de nuestro entorno y con más que alambicados consensos. Consecuencia: un terreno de juego acotado, favorecedor de las mayorías -en pro de la "gobernabilidad"-, proclive a sustituir la política por la gestión?, similar en todo caso a los de nuestros vecinos próximos.

Todo lo cual ha derivado, a fecha de hoy, en un sistema cerrado, de alternancias previstas, oposiciones más aparentes que reales, marginador de las minorías? Algo que conocemos como bipartidismo y que, a la luz de los más recientes acontecimientos, no parece arriesgado entenderlo como "un programa-dos partidos" o, como lo denomina Luciano Canfora, "el partido único articulado", que se limita a ejecutar, sin rechistar, lo que le dicta la "fuerza directriz": BCE, FMI?

Una ratonera, en fin, en la que estamos atrapados y que no puede menos que acabar afectando electoralmente a los propios partidos mayoritarios, como así ha ocurrido con las elecciones europeas. Comicios tras comicios, muchos electores fuimos inducidos a entrar en el juego del voto útil, el mal menor, o como quiera llamárselo y de ello se ha nutrido el bipartidismo. Un andamiaje que la crisis ha puesto al descubierto y que empieza a dar síntomas de agotamiento, con las consiguientes secuelas de descrédito para los partidos en general.

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