viernes, 19 de abril de 2024
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Redacción

Liberalismo y violencia de Estado. Notas sobre un contrato clandestino

Ezequiel Adamovsky. Doctor en Historia por University College London (UCL)

Hace unas semanas respondí en el diario Clarín a un articulista que sostuvo que el liberalismo era el "corazón" de la democracia. Mi argumentación, que iba en sentido contrario, disparó varias contestaciones de liberales que se sintieron ofendidos. Esta nota quisiera ampliar el sentido de mi intervención, poniendo a disposición del público algunas de las discusiones que plantean los especialistas en la historia de la tradición liberal (en general muy poco conocidas por los militantes de esa orientación).

Los defensores de las ideas liberales han construido un relato autocelebratorio que hoy forma parte del sentido común. Sostienen que el liberalismo surgió consustanciado con las ideas de la Ilustración (el primero sería algo así como el movimiento ilustrado hecho doctrina política). Su razón de ser inicial fue la defensa de la libertad contra el absolutismo de los monarcas. Por ese compromiso con la libertad y con los derechos individuales, debemos agradecer a los liberales el Estado de derecho, la ampliación de los derechos civiles y sociales y la mismísima democracia. Los liberales, en fin, serían los eternos enemigos de todo autoritarismo, los guardianes constantes del derecho de las personas contra los abusos del Estado. Este relato, sin embargo, está basado en algunos mitos y falsedades que conviene repasar.

Liberalismo y modernidad

La modernidad como experiencia histórica, y la Ilustración como movimiento en el plano de las ideas, empezaron antes de que surgiera la tradición liberal. La modernidad comenzó en Europa entre los años 1200 y1600, a partir del descubrimiento del plano de la inmanencia, es decir, que las leyes que gobiernan este mundo pertenecen a este mundo (y no a Dios o cualquier orden trascendente) y por ello están sujetas al conocimiento y la acción de los hombres y mujeres en sociedad. Los seres humanos, en fin, son amos de sí mismos.

Esta comprobación desató una febril actividad intelectual. La afirmación del plano de la inmanencia dio lugar, a partir del siglo XVII, al movimiento intelectual que llamamos Ilustración. En sus primeras manifestaciones, planteó ideas notables. La Ilustración "radical" de autores como Spinoza, Diderot o Rousseau propuso nociones del "bien común". Como parte de esas discusiones, apareció, incluso antes de Rousseau, una igualitarista y profunda crítica a la desigualdad económica y a los efectos antisociales de la propiedad privada. Tanto la aspiración democrática como la socialista proceden de ese impulso "radical" de la Ilustración. Pero el desafío que planteaban estas ideas hizo que en la misma época surgieran otras, orientadas a contrarrestarlas. Algunas de ellas participaban del movimiento Ilustrado: de Descartes a Hegel, pasando por Hobbes y Kant, buscaron reinstalar algún plano trascendente como modo de limitar aquel potencial disruptivo y democrático.

El liberalismo surgió animado de esa misma intención: en su corazón está la vocación de reestablecer alguna autoridad trascendente por sobre los asuntos humanos. En el momento formativo del liberalismo, John Locke lo planteó con toda claridad: "los seres humanos sólo comienzan a formar parte de la sociedad civil/política cuando son capaces de tener una conducta "civil". Sólo quien es dueño de sí -la idea de propiedad es el modelo desde el que piensa la cuestión puede participar de la sociedad autónomamente". En esta tradición se fue postulando un "individualismo metafísico", es decir, la idea de que existe un individuo abstracto, que goza de derechos que son anteriores y exteriores a la sociedad en la que vive (por lo cual esa sociedad no tiene la potestad para ponerlos en discusión). En este sentido, el liberalismo no surgió con la vocación de profundizar lo más posible las capacidades democráticas de las sociedades. Buscó más bien limitarlas, creando un ámbito .de asuntos "privados" que quedaba por fuera del alcance de las decisiones colectivas. Por extensión, la tradición liberal postuló un ámbito de la vida social -la "sociedad civil"- regido por el interés privado de cada individuo y también protegido de las interferencias de la "sociedad política" (el Estado). Poseer bienes en propiedad fue siempre un derecho que los liberales consideraron propio del ámbito privado, es decir, protegido de consideraciones colectivas. Las actividades de acumulación económica, por extensión, también quedaban como propias de la sociedad civil.

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