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Redacción

La historia interminable de los partidos políticos

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Javier Paniagua Fuentes. Historiador 

La sociedad española no suele llevarse bien con los partidos políticos. En otras sociedades europeas desarrolladas con sistemas parlamentarios consolidados tampoco existe, en los tiempos actuales, una gran valoración sobre ellos pero tal vez se tiene mayor conciencia de su utilidad como mecanismos para practicar la democracia. No parece que existan alternativas mayoritarias a los mismos y aunque en el último decenio la afiliación tradicional, es decir la posesión de un carnet con algunos deberes y derechos, ha disminuido se sigue confiando en su existencia para encauzar las propuestas políticas que se proyectan en el debate electoral.

La estructura de los partidos europeos permanece consolidada desde principios del siglo XX en la mayoría de países con tradición parlamentaria, o en todo caso se han remodelado y cambiado de nombre para adaptarse a los cambios sociales pero manteniendo ciertas connotaciones históricas. En Alemania el CDS, los demócratas cristianos, o el SPD, los socialdemócratas, se reconstruyeron después del decenio nazi pero han mantenido sus raíces. Han surgido los liberales o los verdes pero su fuerza ha fluctuado según etapas y periodos electorales sin que desaparezca la referencia hegemónica de las grandes formaciones.

Gran Bretaña es el país donde la tradición se ha mantenido con los mismos nombres. Torys y laboristas vienen cubriendo la mayor parte del espectro político británico. En Francia las cosas han sido más revueltas, con grandes coaliciones de los partidos conservadores y liberales frente a socialistas y comunistas, y últimamente los "lepenistas" del Frente Nacional recuerdan, en parte, la Acción Francesa de Maurrás del primer tercio del siglo XX y han copado una parte importante del electorado ante las dificultades políticas y económicas de la Unión Europea o los problemas de la emigración y el terrorismo yihadista.

El Oeste de Europa está marcado por la Revolución francesa

Más voluble han sido desde la II Guerra Mundial las formaciones políticas en Italia y Grecia pero sus connotaciones con sus raíces históricas perviven. Incluso en España y Portugal, con largas dictaduras en los años centrales del siglo XX, han remodelado sus partidos políticos con nombres nuevos donde perviven, en algunos casos, la siglas históricas, PSOE por ejemplo, o las tradiciones liberales o conservadoras que se remontan al siglo XIX. De igual manera podríamos referirnos a los países Escandinavos. En resumen, el Oeste de Europa, la zona Atlántica y Mediterránea, con sus diferencias y matices, mantienen una trayectoria que enlaza con el parlamentarismo iniciado después de la Revolución Francesa.

La situación es diferente en Rusia y los países del Este de Europa. Desde la desaparición de la URSS a fínales del siglo XX y el derrumbe de las Democracias Socialistas se ha intentado establecer regímenes democráticos con parlamentos que reflejen las distintas opciones políticas. Pero las tradiciones del pluralismo político organizado eran más débiles y los nuevos partidos han surgido ex nihilo superponiéndose a prácticas de las llamadas democracias socialistas con déficits importantes para el debate libre y las propuestas de gobierno. Su deseo de estar en la Unión Europea ha tenido la ventaja de un efecto imitación de las prácticas políticas habituales de la Europa Atlántica. En cada país las trayectorias han tenido elementos propios. No ha ocurrido lo mismo en Chequia que en Hungría, en Rumanía que Bulgaria, ni tampoco en Serbia o Croacia después de la guerra civil que acabó con Yugoeslavia. Rusia ha sido un mundo aparte por la configuración de su estructura territorial y el desencadenante de las nacionalidades a ella vinculadas desde la desaparición de la URSS, que en algunos casos han proclamado su independencia, acentuando sus diferencias con la identidad rusa. Así ocurrió con Letonia, Estonia y Lituania, países Bálticos, o con Ucrania, Bielorrusia, Kazajistán o Armenia, entre otros, que han mantenido desafección o alianzas con el gobierno de Moscú. También existen partidos políticos pero su estructura y funcionamiento están lejos de ser plataformas de participación colectiva. El hecho de que existan nominalmente es, en sí mismo, un avance porque pueden devenir en organizaciones verdaderamente democráticas.

En América Latina las cosas son diferentes según países. Chile, por ejemplo, se parece más a los países europeos atlánticos, mientras que Argentina o México tienen dinámicas particulares con hegemonías del movimiento peronista o del PRI (Partido Revolucionario Institucional) donde resulta difícil la irrupción de otras formaciones. En otros como Bolivia, Venezuela o Ecuador movimientos populares han sobrepasado los partidos tradicionales con configuraciones políticas nuevas que han pretendido dar participación a sectores sociales marginados. En EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, aun con fórmulas propias, sus comportamientos son parecidos a los europeos.

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