La lucha contra la corrupción le ha costado más de un problema al ilustre jurista peruano José Ugaz. No es fácil oponer a los poderes políticos y económicos.
Es posible decir que hay una globalización de la corrupción. Este problema es tan antiguo que ya existía en las antiguas civilizaciones.
La corrupción no es sólo una cuestión ética que se pueda perdonar a través de las urnas.
España cuenta con un marco legal sólido para combatir las sociedades opacas, según el reciente Informe de Transparencia Internacional.
El ejercicio público, cuasi catártico, del derecho a la indignación de la ciudadanía por los numerosos casos de corrupción de políticos y afines resulta ya una constante periódica.
La corrupción es una amarga y lamentable realidad que ha caracterizado, en determinados momentos más que en otros, la vida del ser humano, individual y colectiva.
El IDE 2014 de la Fundación Alternativas dedicó un capítulo al caso Bárcenas-Gürtel, el caso Palau y el caso de los ERE de la Junta de Andalucía.
Hablar de corrupción es un tema recurrente que sigue estando a la orden del día, sin que de momento tenga visos de ir decreciendo.
El nómada cosmopolita, producto genuino de la globalización y de la posmodernidad, harto del desarraigo global, aparece ahora como un ser desencantado y en plena crisis.
En la última década, el mundo ha visto un flujo sin precedentes de capital prestado a los mercados emergentes y a los proyectos de infraestructura incentivados por el aumento anormal de la oferta de dinero y por los tipos bajos en los EEUU.
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