viernes, 19 de abril de 2024
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Redacción

Transformando el espacio político: partidos pequeños que traen grandes cambios

Transformando el espacio político: partidos pequeños que traen grandes cambios

Marc Perelló. Profesor de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Abat Oliba CEU y la Universitat Internacional de Catalunya.

La agitación política en la que nos encontramos inmersos puede que haya sorprendido a muchos. Sin embargo, basta con alejarse del foco de la actualidad y coger algo de perspectiva histórica para cerciorarse de que aquello auténticamente sorprendente sería que la agitación social y política no tuviera lugar más a menudo. Así, a lo largo de los siglos cuesta encontrar un período de cierta estabilidad política. Centrándonos en la cronología histórica más reciente, observamos cómo sólo en el siglo XX cayeron los imperios ruso, austrohúngaro, alemán y otomano. Cayó también el fascismo y el muro de Berlín. La Unión Soviética y Yugoslavia se disolvieron. Nacieron cerca de una veintena de nuevos estados, y hubo alrededor de sesenta guerras que destacaron por su repercusión en la política internacional ¿Verdaderamente alguien pensó que el siglo XXI no iba a tener su propio ajetreo?

Este otoño, se cumplirán cuatro años de las revoluciones saharaui y tunecina que prendieron la llama de la Primavera Árabe. En un primer momento los analistas relacionaron estos movimientos sociales con la precariedad laboral y la corrupción política de los países de Oriente Medio y del norte de África debido a la mala praxis de sus regímenes políticos. Parecía entonces que aquello nunca pudiera replicarse al otro lado del mar mediterráneo, dónde gozábamos de una democracia aparentemente saludable. Sin embargo, la llama del cambio prendió también en Europa, y muy notablemente en España. En las calles de todo el país se fraguó el movimiento de los Indignados y del 15-M, claves para entender el auge de los partidos pequeños, que de hecho cada vez son menos pequeños.

El origen del cambio

Para entender el panorama político actual y el que dibujan las encuestas más recientes, y que muestran un claro ascenso de las nuevas formaciones políticas, debemos remontarnos al mismo nacimiento de los Indignados y del 15-M. En el contexto político más inmediato a estos hechos se encontraba la crisis económica que azota la Unión Europea desde 2007. Los políticos del viejo continente optaron entonces por hacer de la austeridad el principal estandarte de sus gobiernos. Independientemente del color de su formación, se aprobaron un sinfín de medidas impopulares tales como la subida de impuestos, la agilización del despido, y varios recortes educativos y sanitarios.

No era la primera vez que se aprobaban medidas así. Sin embargo, y bajo la sombra de la Primavera Árabe, sí fue la primera vez en mucho tiempo que los ciudadanos salieron a la calle para pedir una regeneración urgente de la democracia bajo el grito de Democracia Real Ya. Ciudadanos de toda condición se unieron pacíficamente y se organizaron de manera transversal para canalizar su malestar hacia las políticas tradicionales. Hasta entonces nadie había sido capaz de predecir el surgimiento de un movimiento de semejantes características en la política occidental.

El bipartidismo funcionaba en buena parte de la Unión Europea gracias a unas políticas que podríamos llamar de pragmatismo ideológico, y que a su vez estaban acompañadas de una imperante bonanza económica. La lucha de clases se había visto desplazada por el asentamiento de una clase media cada vez más mayoritaria, en parte auspiciada por las políticas económicas liberales de Margaret Thatcher. En pocas palabras: la estabilidad económica de las últimas décadas había aparcado la reivindicación social. Pero ahora, ante el derrumbe del Estado del bienestar, la reivindicación ha vuelto a las calles. Puede que las acampadas y sus asambleas desaparecieran de la Plaza del Sol, de la Plaza Cataluña, y de otros muchos lugares, pero la idea de la necesidad de generar una nueva política ha permanecido desde entonces intacta en el discurso público.

El principio del fin del bipartidismo

España lleva casi cuatro décadas inmersa en el bipartidismo. Si bien en la presente legislatura se sientan en el del Congreso de los Diputados entre quince y veinte formaciones (según se cuenten las coaliciones), lo cierto es que la gran mayoría del espacio político lo dominan el Partido Popular y el Partido Socialista. Gracias a los pactos que ha habido entre estos dos grandes partidos, y la ayuda puntual de terceras formaciones, el Gobierno de España no conoce aún la llamada geometría variable, más propia de países céntricos y nórdicos o también, sin ir más lejos, de Cataluña.

La geometría variable es propia de las cámaras de representantes (indistintamente a nivel municipal, autonómico y general) en las que la mayoría de los escaños deben alcanzarse con la suma de varios partidos; además, los pactos no son estables sino puntuales, dando lugar a múltiples combinaciones a lo largo de una misma legislatura. A tenor de lo que proyectan las encuestas más recientes, puede que este escenario no tarde demasiado en llamar a la puerta de los Leones de las Cortes. Los resultados de las elecciones europeas del pasado mes de mayo, y la proyección del voto para las próximas elecciones generales, no dejan lugar a dudas.

En este sentido, el nuevo partido que lidera Pablo Iglesias, Podemos, ha irrumpido con fuerza en el panorama político español. La formación morada ha sabido canalizar el desencanto político surgido de los Indignados, algo que no han logrado otros partidos menores como Izquierda Unida, cuyo mensaje está demasiado focalizado como para aspirar a un electorado transversal; o Unión, Progreso y Democracia, cuya promesa de regeneración no ha terminado de cuajar. Podemos alcanza aquello que otros no pueden en base a caras nuevas e ideas ilusionantes, aunque no por ello poco populistas. El propósito de Podemos: convertir la indignación en cambio político. Una tarea nada fácil.

Para ello, antes había que convencer a los propios Indignados de la conveniencia del proyecto. Pues el nuevo partido bebe en parte del movimiento del 15-M, que en su momento descartaba tener a un líder visible porqué se prefería enfatizar el carácter horizontal del movimiento; y no se creía en la idoneidad de formar un partido político porqué ello significaba entrar en el mismo sistema que se pretendía cambiar. Superadas estas inquietudes, muchos de los Indignados apoyan a Podemos o están dentro mismo del partido. Podemos ha logrado en menos de medio año de vida situarse como tercera fuerza política en proyección de voto, algo inaudito para un partido que apenas empieza a andar. El seguimiento de la evolución de la formación de Pablo Iglesias será sin duda la comidilla política desde este momento hasta las próximas elecciones generales. No en vano se comenta en varios círculos políticos que una de las muchas razones de la abdicación del Rey Juan Carlos a favor de su hijo Felipe se encuentra en el auge de partidos como Podemos, que en caso de obtener buenos resultados, harían prácticamente imposible un consenso favorable a la sucesión monárquica en el haber de las Cortes Generales.

En Cataluña ha ocurrido algo similar con los partidos pequeños, pero distinto a la vez, ya que la actualidad política está absolutamente marcada por el proceso independentista. En este escenario, dos partidos tradicionalmente considerados pequeños, Esquerra y Ciudadanos -este último presente sólo en las tres últimas legislaturas- han visto crecer sus apoyos de manera continuada. ERC viene creciendo desde hace ya algunos años, y ha hecho el sorpasso a CiU en las elecciones europeas, situándose como la fuerza más votada en Cataluña. Además, las encuestas señalan que lo haría también en caso de unas eventuales elecciones a la Generalitat. En cuanto a Ciudadanos, con menos de una década de vida, aparece en las proyecciones de voto como la tercera fuerza en Cataluña, detrás de ERC y CiU, y por delante de PP y PSC.

Todo ello debe contextualizarse en el hecho de que las fuerzas que lideran Oriol Junqueras y Albert Rivera crecen en medio del debate soberanista, y ante el agotamiento de PP y PSC. Este último con una crisis interna de más de dos años que acaba de culminar con la dimisión del que hasta hace poco era su líder, Pere Navarro. Entre ERC y C's, es Esquerra quien ha sabido canalizar mucho mejor a los nuevos votantes. Así lo señalan los resultados electorales más recientes. En contra de lo que pueda parecer, CiU no pierde votantes (incluso los aumenta en algunos casos), pero sí pierde escaños porqué ERC ha traído consigo una gran masa de votantes antes inactiva. En cambio Ciudadanos sí recoge a los votantes desencantados del Partido Popular y el Partido Socialista de Cataluña, y en menor medida, también atrae votantes nuevos.

Otro partido pequeño, de momento, son las CUP (Candidaturas de Unidad Popular), un partido plenamente independentista que se presentó con muy poco margen en las elecciones a la Generalitat de 2012 y que logró tres escaños. Siguiendo la estela de crecimiento de Esquerra y Ciudadanos, las encuestas proyectan para las CUP el doble de escaños para las próximas elecciones. Por último pero no menos importante, hace pocos días vimos nacer Guanyem Barcelona (Ganemos Barcelona), de la mano de Ada Colau, portavoz de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca). Guanyem aún no ha decidido presentarse a ningunas elecciones, pero a juzgar por las declaraciones de algunos de sus representantes, no tardarán mucho en hacerlo. Está por ver si su filosofía, similar a la de Podemos, les propiciará una situación tan ventajosa en Cataluña como la que Podemos tiene en España.

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