jueves, 18 de abril de 2024
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Redacción

La crisis europea y de sus partidos políticos

Álvaro Espina. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor en la Universidad Complutense de Madrid

Tras las elecciones al Parlamento europeo (PE) del mes de mayo han arreciado las voces que venían avisando de la crisis del sistema de representación política en Europa. En principio, a nadie se le escapa que nos enfrentamos a la peor crisis económica desde la posguerra, así que de un sistema democrático eficiente cabría esperar que castigase con su voto a los principales responsables, identificándolos con los grandes partidos que han venido formando los sucesivos gobiernos.

Y así ha sido. El gráfico adjunto indica que los electores han decidido volver a la situación anterior a 1990. La explicación es sencilla: la crisis actual es, primero, la crisis de las expectativas que había despertado el euro, que elevó los votos de los partidos protagonistas de la UEM a un máximo superior al 80% de los escaños del PE (y a las oposiciones, a un mínimo del 20%). Ahora se ha vuelto a los niveles anteriores a1990: 70%/30%.

Hasta aquí, el sistema de representación ha funcionado razonablemente bien. La distribución de resultados por país es idiosincrásica, pero las cifras agregadas mantienen esa tendencia, aunque en los países más duramente castigados por la crisis la oposición europea mejorase sus resultados, y en los menos afectados sucediera lo contario.

Europa ha gestionado la crisis peor que el resto del mundo

Además, como es claramente visible que el conjunto de Europa ha gestionado la depresión peor que el resto del mundo, más que de crisis de los partidos podemos hablar de crisis del proyecto europeo (y con él, de los partidos que lo sustentan). Esto era previsible desde 2010, pero las ideologías dominantes rechazaron actuar a tiempo. De modo que, para hacer frente a los retos presentes y futuros, habrá que rediseñar el proyecto europeo y ofrecer resultados, pronto. Si los partidos que lo han protagonizado saben hacerlo, saldrán adelante. Si no, serán sustituidos. A partir de ahí, poco se puede decir a escala agregada, porque el proyecto europeo tiene significados muy diferentes para unos y otros: unos opinan que la crisis se debe a que Europa está incompleta; otros, a que ha ido demasiado lejos. La idea de que nos enfrentamos a una crisis del sistema de partidos debe contrastarse a escala de los países individuales.

En primer lugar, aparece la amenaza de un Armagedón autoritario. En Francia, la nueva pujanza del Frente Nacional significa directamente la negación de la democracia representativa y de la unidad europea. En Italia, algo parecido ocurre con la Liga Norte. En ambos casos las connotaciones fascistas y xenófobas resultan evidentes, como sucede con UKIP, que barrió a los liberales británicos europeístas del PE, y con Alba Dorada en Grecia.

Tampoco en esto debería sorprendernos que, ante una situación casi tan grave como la de la Gran depresión de los años treinta, traten ahora de abrirse camino los movimientos paranoides y autoritarios de entonces, aunque con otros pelajes. No sucede lo mismo con el partido Alternativa por Alemania, que es antieuropeísta, pero no antidemocrático ni xenófobo, aunque sí lo sean sus correlatos finlandeses, daneses y holandeses.

El voto europeo del mes de mayo constituye un aviso de que, si entrásemos en una nueva Gran depresión, amenazaría el fascismo. El "cretinismo parlamentario", ya denunciado por Marx, sigue vigente. Pero eso no es una crisis de los partidos, sino de las políticas europeas contra la Gran recesión. Quienes han impuesto sus políticas equivocadas para hacerle frente deberían aprender de lo que ocurre en otras zonas del planeta y meditar sobre el abismo que puede abrirse a los pies de las democracias europeas de no enmendar aquellas, para producir rápidamente crecimiento, empleo y seguridad

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