Tomás-Ramón Fernández.
Catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Antiguo Rector de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (1978-1982). Consejero electivo de Estado (1982-1994). Abogado.
Cuando las cosas van mal surge la tentación de reformarlo todo de arriba a abajo, empezando, claro está, por la propia Constitución. El sentido común dice, sin embargo, que no hay que reformar la Constitución para corregir todo lo que no funciona bien en nuestra vida pública, que hay que hacer esto solamente para rectificar lo que funciona mal por culpa de la propia Constitución.
Funciona mal, muy mal, por ejemplo, el Consejo General del Poder Judicial, pero ello se debe, como es notorio, a la descarada instrumentalización que de él han hecho desde 1985 todos los partidos políticos con representación parlamentaria y, muy especialmente, los dos más importantes, como es lógico. El Tribunal Constitucional deja también mucho que desear, pero también en este caso arrojar la cara importa, el espero no hay por qué.
La crisis del Estado de las Autonomías tiene que ver también, sin ninguna duda, con el abuso generalizado que de sus estructuras ha hecho la clase política, pero eso no puede hacernos olvidar que ese abuso ha sido posible porque ese concreto modelo de Estado no es el fruto de una decisión expresa y deliberada del Poder constituyente, sino el resultado puro y simple de la renuncia a establecer modelo alguno en la Constitución, que, como es sabido, se limitó en este punto a posibilitar el ejercicio del derecho a la autonomía por las provincias limítrofes de características comunes, los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica.