Carlos Mulas-Granados. Profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense
En los últimos cinco años, la preocupación por el aumento de la desigualdad de ingresos ha estado en el centro de los debates de política económica. Sin embargo, hay un área que se ha mantenido relativamente inexplorado. Esta es el área que se ocupa de la relación entre la participación laboral de los ingresos y la desigualdad del ingreso personal. La desigualdad de ingresos se refiere a la distribución personal de la renta y la cuota del trabajo se refiere a la remuneración de los asalariados en el ingreso total de los factores (valor añadido) en un año determinado. Cuando se mira a estas dos series, el impacto visual es impactante. Por ejemplo, entre 1970 y 2012 la cuota del trabajo en los países del G-7 se redujo en promedio un 12 por ciento, mientras que la desigualdad de ingresos aumentó en un 25 por ciento.
Conviene precisar que la desigualdad es un concepto relativo. Nace de la comparación entre diferentes sujetos y situaciones. Depende además de qué se quiere medir y cómo se mide. La noción más extendida toma como referencia la renta monetaria disponible. Se suele medir cómo se distribuye dicha renta estableciendo segmentos de población, comenzando por los de menor nivel de renta, y viendo qué porción de renta les corresponde. El indicador más usual en ese sentido es el denominado índice de Gini. Éste calcula la distancia entre la proporción de población considerada y la que representa la renta de que dispone. Si no hay diferencia alguna, es decir si a cada uno le corresponde la misma proporción de renta, el índice es cero (igualdad absoluta). Por el contrario, cuando la renta está completamente concentrada, un grupo o persona lo tiene todo y los demás no tienen nada, el valor del índice de Gini es uno. De ahí que cuanto más próximo a cero sea el índice menor desigualdad (mayor igualdad) existe; y a la inversa, en la medida que se acerca a uno, la desigualdad crece.
Carmen P. Flores. Periodista
En condiciones normales, la desigualdad se nota menos, aunque la hay, pero, en tiempos de crisis esta es tan grande, manifiesta y cruel que no puede dejar a nadie indiferente.
Juan Carlos Solano Lucas. Profesor Titular de la Universidad de Murcia
Llevamos años escuchando en los medios de comunicación y desde distintos organismos tanto internacionales como nacionales, que el Estado es ineficiente, que es más rentable que las empresas privadas gestionen los recursos públicos, que no es sostenible el Estado Social, que los empresarios arriesgan mucho, que no es viable mantener el Estado de Bienestar, ni siquiera es rentable, etc?
Las competencias profesionales son el principal criterio que tendría que prevalecer en la contratación. Es una afirmación que podría parecer de sentido común, pero que, desgraciadamente, debemos repetir una y otra vez, porque, la realidad es bien distinta. En pleno siglo XXI, aún nos vemos obligados a reiterar que no debería discriminarse a nadie en el mercado laboral por cuestiones de edad, género, origen o ideología.
Carlos Sabino. Sociólogo e historiador
El tema de la desigualdad, como tantos otros, tiene su historia. Hasta hace unos doscientos años la desigualdad que importaba -la única que contaba, en realidad- era la llamada desigualdad o diferencia de condiciones. Las sociedades todavía se dividían en estamentos rígidos que impedían la movilidad de las personas: se nacía noble o plebeyo, se era indio, negro o mulato, y se debía permanecer allí, en esa franja social que se convertía en una muralla rígida dentro de la que se tenía que vivir toda la vida. No está de más recordarlo, porque aún en buena parte del siglo XX y en muchas partes del mundo se repetía esta situación, heredada de tiempos ancestrales.
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